sábado, 24 de mayo de 2008

Arribes




"En el ajetreo del día se colaban amarillos", dijo después una de las amigas con las que estuve. Se refería al de las escobas floridas, que salpicaban las veredas, hondonadas y laderas.

También estaba el Duero, encajonado en la falla que divide el espacio y marca la frontera de España y Portugal. Me contaron que ese macizo enorme, poderoso, cuarteado por mil fisuras, existe desde la noche de los tiempos, desde antes aun de que se formaran los Continentes, y que se erguía ya en la primitiva Pangea, cuando todo era uno e indiviso.

Y el paseo en el barco. Y los nidos de cigüeña negra. Y la anécdota del “dos”, que si me lo pedís os contaré.

Y largos paseos por un campo tapizado de flores, como nunca encontraremos por el norte, y cuyos nombres me dijeron y olvidé, excepto el de unas muy diminutas, llamadas silenes. Y comida bajo la copa de una encina. Y paseo entre “chivitiras”, construcciones pastoriles para proteger las crías del los lobos y las rapaces.

Y sabrosas cenas con productos de “las tierras” (oloroso jamón de Guijuelo, torta del Casar, anchoas de Santoña, sabrosa ternera de Ávila), y una casa acogedora, con habitaciones de nombres greco-romanos (Hera, Medea, Silene... a mí me tocó “Atenea”, pero hubiera preferido “Afrodita”, ya comprenderéis por qué; el salón se llamaba Zeus).

Dos días y dos noches bien repletos: Un paseo por Ledesma, ilustrado por las explicaciones de uno de los hombres, pozo de sabiduría ambulante, que sabe los detalles de cada piedra, de cada casona, de cada blasón… En uno de los pueblos estaban de fiestas, danzando al son de los tamboriles y las dulzainas las mayestáticas danzas charras (el cuerpo casi inmóvil, los pies trenzando complicados movimientos)... La mayoría de las mujeres iban con el traje tradicional de la comarca, o, si no, llevaban sobre la ropa de calle mantones de seda bordados con hilos de colores.

Y escapada a Miranda del Duoro, ya en Portugal, que tienen un idioma propio, “el mirandés”, y donde compramos manteles de cuadros a muy buen precio.

Y charla ininterrumpida a muchas bandas. Y risas, abrazos, noticias, confidencias… Y conversaciones más serias sobre lo divino y lo humano, donde casi siempre se coincide en lo fundamental pero también se discrepa, a veces apasionadamente…

La foto la hizo el sábado pasado uno de mis amigos (S.T): La titula “Atardecer en Los Arribes, con luna y piedra caballera”. A los pies de esa atalaya iluminada por el sol poniente, detrás del fotografo cuya presencia queda patente por la larga sombra, se abre el tajo profundo del Duero.

8 comentarios:

Isabel Sira dijo...

Cuenta la anécdota... Y precioso todo lo que dices porque lo viviste.

Suntzu dijo...

Que la cuente, que la cuente...
Un preciosidad el viaje.

Unknown dijo...

Eso, eso, cuéntala. ¡Cómo hecho de menos mis múltiples viajes!

Unknown dijo...

Cuéntala, cuéntala.

Torta del Casar Ummmmmmmmm

Luc, Tupp and Cool dijo...

Me parece que he creado falsas expectativas con la anécdota del barco. Pero allá va:

Cuando navegábamos por el Duero, la guía portuguesa nos retó a descubrir el enorme “dos” que los líquenes han dibujado en uno de los paredones. (Os pongo una imagen, sacada del Google, cuyo autor desconozco, para que podáis observarlo. El “dos” está en el centro. Es del color pardo-rojizo de la roca, y queda como en huecograbado, rodeado de una mancha amarillenta formada por los líquenes).

Después de un cierto tiempo, en el que se suponía que todos lo habíamos visto, la guía añadió:

- Dice la leyenda que la mujer soltera que no ve el “dos” no se casará nunca… Si la mujer es casada, y no lo ve, es porque la engaña su marido…

De pronto, de entre los pasajeros, se alzó una voz clara y firme:

- ¡Eso es mentira!

Todos nos giramos, para ver a quién pertenecía esa voz. Era de un niño de nueve o diez años, más tieso que una vara, de ojos centelleantes, que miraba indignado a la cicerone. A su lado, un hombre de unos cuarenta años, con la frente y las orejas encendidas, y una mujer que dijo con voz casi inaudible:

- No, si ya lo he visto. Es que antes no lo encontraba. Pero no te preocupes, que ya lo he visto.

La voz de la guía volvió a reclamar nuestra atención:

- Y allí, a la izquierda, pueden ver esa ensenada que hace el río, llamada “la bahía de las nutrias”. Las nutrias…

Isabel Sira dijo...

Me ha encantado la anécdota!!! Ole los niños, su inocencia y su defensa a rajatabla de sus progenitores jajaja jajaja.

Isabel Sira dijo...

Quería decir defensa a ultranza, estoy fatal esta mañana...

Regina dijo...

Madre mía que envidia me ha entrado en este preciso momento...