miércoles, 22 de julio de 2009

París



París. El pequeño hotel frente al Louvre fue todo un acierto: habitación amplia y luminosa con balcones hacia el Palais Royal, a un paso de todo. Un espacio agradable al que era posible acercarse casi en cualquier momento para reponer fuerzas antes de salir nuevamente a la calle. Un lugar que facilitaba el descanso, el juego y el encuentro a la luz de la tarde.

Torre Eiffel, Notre Dame (mogollón de escalones y la aviación surcando el cielo por el Desfile del 14 de julio), Arco del Triunfo, Sacre Coeur (funicular), Palais d’Orsay, Saint Chapelle, Cluny, el péndulo de Foucault, Sena, quais, jardines, boulevards. La ciudad trazada por el Barón Haussmann.

Y Louvre, Louvre, Louvre, al que fuimos varias veces y cuyos patios cruzábamos a menudo para ir a otros sitios. El Louvre no es el Prado ni el Museo Británico, pero es El Louvre y están la Gioconda y la Venus de Milo. Lástima que tuvieran cerradas las salas dedicadas al Egipto-Copto. ¿Será que hay que volver de nuevo a El Cairo? Tampoco encontré a Artemisia Gentileschi, aunque sí a su padre, Orozio.

Me quedo con tres recuerdos: La terraza de la calle Mouffetard, en el Barrio Latino. Los tapices de la Dama y el Unicornio en Cluny. La hora mágica de las tardes de hotel, fénix muriendo y renaciendo en el tiempo suspendido, petit morte antigua y misteriosa, siempre nueva.

Fotografía: Propia. (París, 15 julio 2009. 21:43 horas. Coolpix P6000. F/3.5. v 1/66.2s).