viernes, 4 de enero de 2008

¡Vuélvase, si es posible!

La semana pasada, fuimos a un sitio remoto. Remoto, no por lo distante en el espacio, sino por lo incierto de su situación y lo enrevesado de los accesos. Si aciertas, en veinte minutos estás allí. Si tomas el desvío equivocado, es como ir al país del irás y no volverás.

Recuerdo que ya una vez nos perdimos en la niebla y no encontramos el lugar. Aún hoy, pienso si este pueblo no será un caso como el de Castroforte del Baralla, aquella ciudad que desaparecía del mapa cuando sus habitantes entraban en estado de arrobamiento colectivo.






Foto: _guu_. Fuente: http://www.flickr.com/photos/gustavo/


A pesar de lo anterior y a pesar de la niebla envolvente, preferí viajar con dos amigas que salían a última hora, antes que con los que lo hicieron al principio de la tarde. La experiencia de la conductora, y el moderno GPS que tiene instalado en su automóvil, me animaron a ello.

Me recogieron a las siete en el punto indicado, y, tras los saludos de rigor y los primeros cambios de impresión, nada reseñable tuvo el trayecto, hasta que llegamos a la carretera secundaria por la que habíamos de circular. Entonces, el navegador dio sus instrucciones, "girar a la izquierda", mientras que una señal vertical indicaba que había que seguir recto y luego doblar a la derecha. Sin ningún comentario, la conductora mantuvo la dirección original.

- “En la próxima posibilidad, gire a la izquierda”, nos avisó el navegador con voz femenina. Nosotras seguimos la trayectoria recta, sin modificarla un ápice.

- “Gire a la izquierda, y luego a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda”, insistió el GPS en el siguiente cruce. Nada dijo la conductora, que lo rebasó y continuó su camino, sin desviarse.

La calzada era cada vez más estrecha, destartalada, a menudo solapados en uno los dos carriles reglamentarios. De cuando en cuando, se veían restos de lo que en tiempos fue una línea continua, desdibujada hoy por el asfalto semidesmoronado y la gravilla suelta. La referencia más exacta era la fantasmagórica hilera de chopos paralela a la vía, que se yergue como mudo testigo del riachuelo que por allí discurre, y que pronto habríamos de atravesar.

Un pequeño damero de canales de riego, que atraviesa la vega, se hacía presente por las pasarelas metálicas que observábamos a uno y otro lado. Más que en un automóvil, parecia que fuéramos en una barcaza, subiendo de esclusa en esclusa por uno de los brumosos canales holandeses que van desde la costa al interior.

Ni una luz, ni una señal. Los faros iluminaban apenas ocho o diez metros y mostraban un espacio lechoso, circundado por profundas sombras. De cuando en cuando, otro coche salía de la oscuridad, para sepultarse en ella, de nuevo.

- “En la próxima posibilidad, gire a la izquierda” –dijo la voz. “Gire a la izquierda”. Y de nuevo enmudeció.

Tanto podríamos llevar diez minutos como una hora. Ya había perdido la noción del tiempo. Para mí, todos los viajes nocturnos tienen algo de onírico, y este transitar en la densidad espesa agitaba el eco de aquellos versos: “un vecchio, bianco per antico pelo, /gridando: ’Guai a voi anime prave! / Non isperate mai veder lo cielo…”.

.


- “¿Llevas las antiniebla?” – oí que preguntaba la copiloto. “¿Las de atrás también?”. No se dijo más, ocupadas, como estábamos, escrutando las cunetas en busca de alguna indicación.

En una curva, de improviso, surgió algo parecido a una figura humana. Redujimos aún más la velocidad, que no superaba los treinta kilómetros por hora. Era sólo un arbusto, quizá una zarza de ramas desgarbadas, semejantes a brazos que se agitaran pidiendo auxilio.

- “Vuélvase si es posible”. “Vuélvase si es posible”. – conminó el GPS.

La voz perentoria del aparato, que habíamos olvidado por completo, nos sobresaltó. Un inesperado volantazo, casi nos saca de la carretera. Durante unos segundos, los neumáticos rodaron sobre arena suelta y aguantamos la respiración, temerosas de caer a uno de los canales.

- ¡Que se calle esa demente, que no respondo! – gritó, muy irritada, la conductora. La copiloto se apresuró a quitar el volumen, aunque no lo desconectó.

Procuramos tranquilizarla con palabras de consuelo, y volvimos al silencio, temerosas aún por por el percance. Al rato, un sonido extraño, como el de un batir de elitros, fue imponiéndose al ruido de rodadura del vehículo. Un ric-ric rítmico y seco, como el de un coleóptero inmenso, que me inquietó profundamente, hasta que logré identificarlo como procedente del roce repetitivo del tejido plastificado de una prenda de abrigo. Presté más atención y observé la agitación de la copiloto, cuyos brazos y hombros temblaban visiblemente. Su respiración, algo entrecortada, me hizo temer que hubiera estallado en sollozos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! ¡Ahora esta tonta se ponía a llorar!

El temblor fue creciendo y creciendo, y los suspiros también. Y con ellos, la inquietud de la conductora, que la miraba de reojo, y la mía propia. Los suspiros se fueron transformando en hipidos. Los hipidos fueron cobrando protagonismo y se transformaron en risas, al principio sofocadas, pero luego incontenibles. “¡Que se calle esa demente! ¡Que se calle esa demente!” , decía entre carcajada y carcajada. Una risa contagiosa, que se apoderó de las tres, estalló a borbotones. Las lágrimas rodaban por las mejillas, los esfínteres se aflojaban. Pero nosotras reíamos y reíamos, cada vez que recordábamos el aviso del GPS y el cabreo de la conductora.

El vehículo empezó a zizaguear peligrosamente y de nuevo estuvimos a punto de irnos a la cuneta.

- ¡Ay, por favor, por favor! ¡Que yo no puedo conducir así! Si no os calláis, cogéis alguna el coche, que nos vamos a matar.

El susto enfrió los ánimos, y cada una se controló como mejor pudo. Durante unos minutos, allí no se oyó ni una mosca. Volvimos a escrutar la carretera, en busca de alguna señal, que no aparecía por ningún lado. Más tarde, los faros iluminaron el indicador: estábamos a menos de dos kilómetros del pueblo.

Giramos a la derecha por un camino desde el que se veía una antigua ermita del siglo XIV, según anunciaba un cartelón, y llegamos a una calle amplia, débilmente iluminada. Entonces, la conductora confesó:

- ¡La de la curva me pareció la muerta de la leyenda urbana! ¡Ésa que se sube a los coches, cuenta que allí murió ella, tal día como hoy, pide una oración por su alma y desaparece por arte de magia! ¡Que susto, la muy “joía”!

Y ahí sí que nos dio el ataque de risa, que ya ni intentamos contener. Para colmo, el GPS, que la copiloto había puesto a volumen normal según entrábamos en el pueblo, anunció con su voz alta y clara: “Usted ha llegado a su destino”. “Usted ha llegado a su destino”. Y tanto que habíamos llegado; pero no con tu ayuda, ¡so lista!

Bajamos del coche y, ante el asombro de los que habían salido a recibirnos, nos pusimos a reír y a reír. La copiloto se doblaba una y otra vez sobre sí misma, señalando a la conductora y diciendo algo ininteligible, que yo interpreté como “¡Que se calle esa demente! ¡Que se calle esa demente!” y “Soy la muerta de la curva, recen por mí”. Apoyada en una pared, cruzando las piernas para contener lo irremediable, gritaba: “¡Que me meo! ¡Que me meo!”. Y se meó.



Post scriptum:

Os dejo este tema, que me parece que ambienta muy bien la situación.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Luc, tupp...: sin ti y tu sentido del humor mi vida sería más gris qu'un jour de pluie lalala la la lalala la; más gris que esa carretera envuelta en la niebla, más gris que todo lo gris. La pena es que seas tan caro de ver.
Menudo viaje con la guía demenciada, como para dejarse seducir por su vocecita (aunque no sabemos si tiene carita de niña buena o no; eso permanecerá una incógnita para siempre jamás. Cin cin. Jajaja). Menos mal que llegastéis a buen puerto... Y que sepas que, aunque yo reclame lo que reclamo, sé bien que es pura rabieta...
Pero tu idea del tiempo me parece estrambótica o algo peculiar: ¿en 20 minutos bist du da? Esto o bien es instantáneo o bien...
A los magos reyes tres les he pedido un viaje contigo... ¿Que adónde? ¡Esto es lo de menos, Oscar! Pero ya veo que a mí me esperan los tricornios y la cárcel. Oscar, Oscar. Algo no hemos hecho bien. Pero hemos llegado a tierra. Voyage out. (¿Nos adentraremos en el bosque? ¿Bailaremos otra vez? Ya veo que me hago ilusiones. Tú no te despegas del ordenador ni para comer...Oscar, eres un caso).

Anónimo dijo...

Ira de Jehová:
No sé cómo te lo haces para que siempre amenace lluvia. De modo que, sí, vendrá la lluvia y merecerás la cárcel.
Ira de los galos:
Estos romanos están locos y se lo pondremos bien difícil.
Ira mía:
A cualquier cosa llamas niebla. ¿NO te acordás de las tinieblas de no hace tanto? Además... esos restos de niebla son "coyunturales". Jajaja. Río pero no me río.

Anónimo dijo...

Si la plata es la vara de medir (que lo es, sin duda), si es la prueba de que uno es capaz de torear adversidades climáticas:
Una llovizna de plata no me alcanza y para una descarga de plata no estoy en condiciones. Entonces, ¿para qué? ¿La dignidad? Porque viajar no puedo...

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, lo he reconsiderado. Y es que ¡un viaje de dos meses con... -según me prometen los magos tres reyes- es una golosina! A pesar de lo accidentado del viaje de ida, y de la niebla persistente que ha puesto en peligro nuestras vidas, volveremos... (lo antes posible, que no sé cuándo será).

UnaExcusa dijo...

O tienes amigos nuevos o te ha entrado un pedazo de troll en el blog.

De todos modos, me he partido de risa con tu viaje.

Qué bien escribes, niña...

Isabel Sira dijo...

Ay niña, lo que me he reído, por favor, que supongo que a vosotras al principo maldita la gracia que os haría, pero niña, qué risa jajajaja.

Luc, Tupp and Cool dijo...

Unaexcusa: Pues, no sé... la verdad es que no creo tener amigos nuevos. Gracias por el piropillo, bonita, que me sube la moral. Pero, en fin, ejem, pues eso. Que me tomo la cortesía como un regalo de Reyes que me hace una amiga. :)


Arwen, bonita, bien venida de Berlín... Traerás un aire a lo Marlene de lo más sofisticado, espero... :). Mi viaje fue como lo cuento. No veíamos ni un burro a tres palmos y pasamos cierto canguele. Pero velada fue divina.


Sinyoret and Cia.: Me alegra que te hayas divertido con esto. Siempre es bueno encontrar un momento para reír.

Regina dijo...

Yo también casi me meo... pero... si no íbais a hacerle caso al GPS ¿para qué lo llevásteis?

xDDD

Luc, Tupp and Cool dijo...

Yo no lo llevé, Sagutxo, lo llevó la conductora y dueña del vehículo, que quería probarlo. :)

Nos sorprendió que nos mandara a la izquierda, porque sabíamos que el pueblo estaba a la derecha del riachuelo que cito en el post.
Puede ser que por alguna razón estuviera mal cartografiado… No sé.

Yo también tengo GPS y, aunque en general funciona, también me ha metido en cada pequeño lío que para qué.

alelo dijo...

Yo, con la señorita de mi "gepese" ya he tenido algunas palabras. No deja de dar órdenes y decirme constantemente que no me preocupe que a unos metros gire "nosécuántos" grados.

Siempre termino en lo mismo. Apago el cacharro y pongo la radio.

Unknown dijo...

Ayer publiqué en mi Blog algo también sobre mi Gps, o BoBóm, como me gusta llamarlo. Alelo hizo un comentario a dicho escrito y comentó que acababa de leer algo sobre el mismo tema en otro Blog, así que me puse a buscar (sin el Bobóm, por supuesto) y al final entre las referencias que encontré en el Jardín de los Alelos, me parece que tenía que referirse a este artículo. Hacía mucho, pero que mucho tiempo, que no me reía tanto. A esto se le llama empezar bien el día. Gracias y enhorabuena (¡Soy la muerta de la curva!... Yo es que me parto... qué bueno).

Luc, Tupp and Cool dijo...

:) Alelo y Ricardo, ya veo que conocéis bien los navegadores. Yo lo uso; pero, por si la mosca, me programo el trayecto por otros medios alternativos (guias o internet).

No es la primera vez que me río a su costa; sobre todo, si voy de copiloto, porque cuando conduzco yo, me lo tomo más en serio. ¿Os habéis fijado en los tramos nuevos de autovía? Muchas veces no están cartografíados. Entonces se ve el icono del coche en la pantallita, totalmente desubicado, que va como "campo a través", por tierra de nadie. El GPS se vuelve como loco buscando una misera carretera secundaria, aunque sea un camino vecinal, para poder situarlo en alguna calzada...

Y algún planchazo, como que te lleve por el camino más corto que resulta ser... absolutamente impracticable, también nos ha pasado.

;)

Juanma dijo...

Hola ! Soy nuevo por aquí, pero desde ahora asiduo ;)
Genial la historia, lo que me he reído... Son de esas historias que mientras suceden te preguntas "qué hago yo aquí", pero que luego las recuerdas con extrañeza, como una aventurilla en un mundo demasiado normal. ¡Y lo que te reirás al recordarlo!

Luc, Tupp and Cool dijo...

Hola, Juanma. Muchas gracias por venir. Te he visto a veces en el Blog de Dood, así que ya somos como de la pandilla.
En cuanto a lo que dices, pues es precisamente eso. De esas situacions que la gente dice "no me lo puedo de lo creer"...

Te visitaré en tu blog.:)

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Despues de leer por casualidad este artículo y de encontrar este blogge, gracias al de Ricardo. Yo ya no tengo nada que decir, pues los comentarios hablan por sí mismos. Sólo me queda decir, "yo también soy la muerte de la curva". Desde luego las niñas teneis un valor. Y pasais de la risa al llanto tan rápidamente, que cualquiera que os hubiese visto, se hubiese ido con la "muerta de la curva", antes que con vosotras, por considerarla mas responsable. Menos mal que no iba ningun varón con vosotras, que si no, lo hubierais puesto de pis, hasta en la foto del D.N.I., Je,je. "soy la muerta de la curva". Me troncho. Un cordial saludo.

Luc, Tupp and Cool dijo...

Hola, Jack Blade. Gracias por tu visita y tu comentario.

En cuanto a la noche de la niebla, ya veo que hay que continuar la historia y contarlo todo.

Esa noche estaba escrito que algo tenía que pasar. Y si no, ya me diréis:

Unas dos horas antes de que nosotras saliéramos de Cordura, lo hicieron otros dos amigos en un coche diferente. Ellos tomaron la desviación de la izquierda y llegaron a las inmediaciones de un pequeño teso, donde estuvieron a punto de caer debido a la falta de visibilidad. De entre las brumas, surgió la figura de un hombre medio conmocionado que les pidió ayuda para rescatar a su esposa del fondo del barranco, pues, según dijo, acababan de sufrir un accidente. Cuando se acercaron al amasijo de hierros en que se había convertido el automóvil, descubrieron, aterrorizados, que la esposa ¡era la muerta de la curva! En cuanto al hombre, parecía haberse desvanecido en la niebla, pero en una de las escobillas del parabrisas les había dejado esta nota: “¡Soy el muerto del barranco! ¡Recen por mí!”.

Ya estábamos preocupados por su tardanza cuando aparecieron nuestros compañeros, pálidos, ojerosos, con la mirada extraviada y un curioso balanceo en los andares que me recordó vagamente el anadeo perezoso de los gansos. Desde lejos, aún antes de que nos relataran su aventura, pudimos comprobar lo que significa la expresión “OLER EL MIEDO”.

Agua, jabón y ropas limpias solucionaron el problema y salvaron la noche. Lo peor fue lo del coche. Aún hoy, ninguno queremos montarnos en él, tan fuerte ha arraigado el olorcillo.

:)

Eva dijo...

Como me he reído, jajajaa, y que cague!!!
En cuanto al GPS... yo tengo que usarlo a diario y no hay forma humana que consiga entender que calle debo coger cuando estoy en una rotonda. O me salgo antes o después, eso si no doy antes 20 vueltas a la misma intentando adivinar que salida es la correcta, con lo que me pillo un colocón yo sola que ni te imaginas.