Estaba yo con el cautivo en una tienda elegantilla del centro, por ver si le compraba algún harapo decente para llevarle a un próximo evento al que hay que asistir con los esclavos, cuando me encontré, de cuerpo presente, con el emperador-dor-dor, que estaba comprándose una túnica nueva.
Fue casi como una aparición espectral, fantasmagórica, que me dejó en suspenso, casi en la estupefacción, durante unas milésimas de segundo.
Buscando una determinada prenda, llegue hasta el último rincón del local, por lo que a mi izquierda sólo había una pared y al frente los expositores repletos de mercancías.
De pronto, tal como debió de aparecérseles la virgen de Fátima a los pastorcitos, así se me apareció a mí, entre camisas y jerseys, el emperador.
Le vi como en plano americano. Estaba rígido, embutido en un traje oscuro, mirando al frente con una expresión extraña, escrutadora y a la vez perdida en el vacío. Una luz cenital le iluminaba el rostro y acentuaba las sombras bajo los huesos del craneo. Salvo por lo bajito, era la viva imagen de Boris Karloff en el instante previo a que Frankenstein le infundiera vida.
Me quedé clavada, con una camisa en la mano, sin comprender muy bien qué es lo que pasaba, y por qué aparecía de improviso esa visión donde sólo debía haber estanterías.
Mi adiestrado cerebro de lógica implacable, casi silícica, halló pronto la explicación. Acababa de ver la imagen de un espejo, no al emperador en sí. De acuerdo, ahora sólo me faltaba saber cómo había aparecido el espejo.
Observé que la pared de la izquierda no llegaba hasta el final, sino que había un hueco de ocho o diez centímetros que comunicaba con el fondo de un probador situado al otro lado del tabique. Allí, justamente, debía de haber un espejo que no debería ser contemplado por nadie, excepto por el que se reflejaba, pero que, por un azar imprevisto, yo había llegado a vislumbrar. En efecto, fue el hecho de que yo tuviera que acercarme mucho y ponerme de puntillas para alcanzar una de las prendas lo que permitió que la imagen de lo que sucedía en ese sancta-sanctorum entrara en mi campo de visión.
Resuelto el misterio. El emperador se estaba probando un traje y yo le había sorprendido cuando se contemplaba escrutadoramente en el espejo.
Ahora la cuestión era si él me había visto a mí. Y ahí no pondría la mano en el fuego. Cuando más conmocionada estaba por la aparición, me pareció detectar que el espectro miraba de reojo hacia donde yo estaba. Y comprendí que, si yo había podido ver la imagen del emperador, el emperador también podría haber visto mi imagen, ya que la reflexión óptica es lo que tiene, que existe simetría.
Comprendí más: Si yo me había quedado de piedra cuando le vi aparecer entre las estanterías, ¡cómo se habría quedado él, cuando yo se le aparecí mientras que se dedicaba a la propia contemplación en un espacio tan íntimo!
Aunque bastante divertida por la situación, también me sentía algo cortada, consciente de haber invadido su privacidad, aunque fuera involuntariamente. Si es que, cuando una se deja gobernar por la ética pofesional, pasan estas cosas.
Así que opté por abandonar el local antes de que el emperador saliera del probador, ya que en ese momento no me apetecía nada un encuentro.
Quedaba la cuestión de si los harapos elegidos servían o no servían para el cautivo, pero ya se los probaría tranquilamente en su mazmorra -que el cautivo es muy suyo para esas cosas- y, si no le convenían, siempre cabía el recurso de la devolución.
Me dirigí a la caja y mientras esperaba a que nos atendiera la cajera, le expliqué al cautivo el motivo de nuestra salida apresurada, además de comentar algunas otras cosillas sobre la forma y color de los harapos y su posible utilidad.
Estaba ya preparando la tarjeta, cuando oí un alegre “feliz año nuevo” y sentí una palmadita en las espaldas. Me volví, con un respingo. El emperador, sonriente, se acercó para darme dos besos. “Aquí el cautivo, aquí el emperador”, dijo yo, educadamente. “José Miguel”, corrigió el emperador con simpatía. Y dirigiéndose a una mujer que llevaba un buen rato haciendo cola junto a nosotros, nos la presentó como su esposa.
Y ahí es donde yo noto que me falta malicia, la verdad. Durante la espera, había visto fugazmente a la señora, pero no presté atención a dos detalles importantes: El primero, que la señora me había mirado con bastante curiosidad y hasta como si me conociera y esperara algún gesto por mi parte. El segundo, que la señora llevaba en las manos un traje azul a rayas, clavadito a los que el emperador suele llevar corrientemente y al que yo había visto en el espejo, dato que no había pasado desapercibido a mi incosciente pero al que no presté mucha atención.
Resumiendo: Que la señora me conocía a mí y creía que yo la conocía a ella. Más aún, que la señora debía de haber escuchado todo lo que yo le decía al cautivo sobre cómo había sorprendido a su marido probándose un traje. Item más, que si el emperador no me vio por el espejo, ya se encargaría de contarle su mujer que yo sí le había visto a él.
Si es que, cuando se conjuga un verbo, hay que conjugarlo en todas las personas del tiempo verbal: Yo te sorprendo, tú me sorprendes, él nos sorprende, nosotros os sorprendemos, vosotros nos sorprendéis, ellos nos sorprenden.
No se qué hacer, si repasar la gramática o leerme ese libro de Goleman que todo el mundo recomienda sobre la inteligencia emocional.
domingo, 11 de enero de 2009
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7 comentarios:
Uys, yo soy mucho de vivir situaciones como estas, y, bueno, pregunta a Suntzu, que últimamente también lleva una rachita... Pero, bueno, son estas cosas que ponen sal a la vida jaja jajaja.
Y eso que ya tenía puesto el traje.
Besotes
Ay dios mío, qué vergüenza...
Hola. He llegado a la conclusión siguiente: El señor emperador, cree que la dueña del esclavo le debe sumisión por su dependencia laboral respecto a aquel y porque el se cree un galán de la gran ciudad, ante el que cualquier nomanumitidalaboral, debe postrarse. Incongruentemente, el señor emperador, visto lo descrito en el post, muestra una sumisión entendida como admiración hacia la dueña del subesclavo, por su juventud y por su belleza, comparada con su vieja y gorda esposa.
Moraleja: la situación es electrizante, pues se encuentra dos polos cargados con el mismo signo: sumisión por aqui y sumisión por allí. Verdaderamente, en esa situación que se le presenta al subesclavo, lo que yo no comprendo, es como no la supo aprovechar para salir corriendo y automanumitirse por su cuenta, ya que nadie le prestaba mayor atención en esos momentos, y era la situación propicia para escpar, incluso con cadenas, ropa y lo que le hubiesen echado encima.
Es que, creo que, la oportunidad de ser libre solo se presenta una vez en la vida. Je,je.
Un saludo a la señora del emperador, pues a fin de cuentas ella es la dueña de todos los demás subesclavos, por este orden: emperador, dueña del subesclavo y /valga la redundancia/, subesclavo. Un saludo.
Arwen, últimamente también me estoy yo encontrando con cosas de ésas. Cierto que tienen su puntito divertido.
Ricardo, pues sí. Si le llego a pillar en calzoncillos y calcetines...
Viajera, vergúenza, lo que se dice vergüenza, tampoco. Un poco de corte, más bien.
Jack, El Cautivo es cautivo por convicción,no por obligación, desde que leyó la Conjetura de la Furiosidad , del académico Javier Marías. No te digo más, que hasta le pareció en exceso benevolente la opinión que yo expresé en otro lugar sobre el ínclito Don Javier.
¡Pobrecita, la emperatriz morganática! Tengo entendido que es la Intendente General del Imperio, más que la emperatriz consorte. No es gorda ni vieja.
Hola. Todo parecen ser, falsas apariencias. D. Arturo y don Javier, académicos. Dentro de una institución machista y antigüa, o añeja, por naturaleza. Unos académicos relativamente jóvenes, pudiera parecer que aportan ideas nuevas y liberales en la citada institución. Pero, hete ahí que no. Que no es verdad toda apariencia de aires nuevos. Moraleja, en la academia, o eres un clásico machista, o no te mete ni tu tia. Bueno, a fin de cuentas, lo tradicional, de siempre, de toda la vida, estadísticamente hablando, es que, el hombre es un machista. Un saludo.
:) Hola, Jack, esto de las rebajas, que empezó siendo un pequeño chascarrillo, hay que ver lo que está dando de sí.
Pero las conversaciones distendidas tienen esto, que al final se habla de lo divino y de lo humano. Así que entro al tema.
No creo que la Academia sea machista "por naturaleza". Por naturaleza, debería ser bi-sexual (je, je), bi-genérica, y acogernos a tod@s, seamos de un sexo o de otro.
Es machista por otras razones, en las que no voy a entrar ahora, para no aburrir. Doy una pista: hasta hace 30 años, en España se consideraba lo "natural" que una mujer casada no pudiera comprar ni vender sin el consentimiento del marido, mientras él podía hacer de su capa un sayo con sus propios bienes y con los de su mujer. Tan "natural" era, que estaba escrito así en el Código Civil. Pues...
¡Espero que no, que no todos los académicos sean machistas! A mí, por ejemplo, José Luis Sampedro me parece que no lo es.
Tampoco creo que sea cosa de viejos o menos viejos. Sampedro tiene 92 años y Reverte 57, y yo considero mucho más "joven" al primero que al segundo.
Pero algunos energúmenos sí que hay: El citado Pérez Revertte (te dejo una de sus perlas cultivadas: (http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=2247&id_firma=4370) y algunos otros. En cuanto a el Marías, va apuntando maneras, ¿eh?
:) Saludos,
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