martes, 29 de julio de 2008

latania

En una de mis estanterías encontré “Ocnos”, de Luis Cernuda, que no recuerdo haber leído. Son relatos cortos con títulos como “Sombras”, “El amante”, “La llegada”… Empiezo por el de la página 23, “El huerto”, que comienza así:

Alguna vez íbamos a comprar una latania o un rosal para el patio de la casa. Como el huerto estaba lejos había que ir a coche; y al llegar aparecían por el portalón los senderos de tierra oscura, los arriates bordeados de geranios, el gran jazminero cubriendo uno de los muros encalados”.

Termina describiendo el invernadero con 'el verso del poeta gongorino’ (?): "Verde calle, luz tierna, cristal frío".

No me cuesta sumergirme en la atmósfera de aire perfumado del relato, quizá porque mientras leo llegan hasta mí aromas de geranio y de jazmín, con toques de yerba y resina.

Me divierte lo de “ir a coche”, expresión perfectamente simétrica a la de “ir a pie”. Un desliz, casual o intencionado. Una errata de imprenta, quizá. Las preposiciones tienen su intríngulis (las proposiciones, también). Ahí, yo hubiera propuesto lo del coche de San Fernando: un rato a pie y otro andando.

Y aún queda lo de las “latanias”. Me pregunto si tendrán el porte acogedor y plácido que sugiere su nombre. Si echarán flores. Si serán perennes o caducas. Si me gustaría plantarlas junto a mi casa. Si podrían vivir en el clima extremo de Cordura. Escéptica, aunque curiosa, me hago el firme propósito de buscar información.

Vuelvo al libro. Por el color ligeramente amarillento de las páginas, debe llevar ya algún tiempo en mi biblioteca. ¿Por qué no lo había leído aún? Se terminó de imprimir en septiembre de 2003 y seguramente llegó a mis manos poco después. Me molesta acumular libros sin leer. Me repelen las bibliotecas-trastero tanto como me fascinan las biblioteca inexploradas.

Luego, observo que en una esquina de la portadilla hay una anotación a lápiz. En minúsculas, apenas marcada sobre el blanco de la hoja, alguien, con una letra exactamente igual a la mía, escribió: “latania”. No cabe duda de que fui yo.

Y me veo a mí misma, cuatro o cinco años atrás, leyendo ese mismo relato, ese mismo párrafo, fijándome en la misma palabra, preguntándome sobre la misma planta y apuntando el nombre en una de las primeras hojas, para no olvidarme de que deseaba conocer algo más.

Por si acaso, por romper el bucle, busco "latania" en el google. Es un tipo de palmera.

jueves, 10 de julio de 2008

Teresa y el Oso (y 5)




pero en ese momento...

…la bruja Granuja se interpuso, y con aire trágico gritó: “¡Tú no eres el duque, farsante! No puedo soportar este atropello. ¡Yo no sirvo para bruja! Lo hago para complacer a mi familia. El duque Sigfrido es el molusco”, y la bruja se fue llorando, mientras el oso, conmovido, corría tras ella, ofreciéndole la margarita.

Todos felicitaron al molusco, quien avanzó hacia la princesa lentamente, como un duque. Mientras el molusco agradecía los aplausos, Teresa lo tomó con amor, y lo depositó suavemente sobre la palma de su mano. Y ante el asombro y el esfuerzo de Teresa, el molusco se fue transformando en un joven esbelto y hermoso: El duque Sigfrido.

Allí están Sigfrido y Teresa, con los corazones entrelazados, mirándose a las manos y con los ojos latiendo al unísono. Y ya inician su triunfal regreso al palacio. Los animales los escoltan en eufórico cortejo.

Todos bailan alegremente. Y allá van, encabezando el cortejo, el duque, la princesa, y su flamante dama de compañía que no es otra que...

... disfrazado,

...el oso Libidinoso
.

FIN


Capítulos anteriores:
Un Cuento Feliz (1)
Un cuento feliz (2)
Un cuento feliz (3)
Un cuento feliz (4)

lunes, 7 de julio de 2008

Teresa y el Oso (4)



De pronto, los gansos, viendo llegar al pajarillo y a la mariposa, bramaron: “Ustedes dos, ¿qué hacían la noche en que el duque fue hechizado?”. “Nada, nada”. “¡Confiesen!”.“Y bien, sí, pero nos vamos a casar”.

Un fracaso más. Otra triste desazón invadió a la princesa.

Teresa alzó sus bellos ojos, como implorando ayuda a los que la rodeaban. Hasta que su mirada se cruzó con la del jabalí Alí. “¡Miren!, ¡Sí, sí, no hay duda!”, dijo la princesa, “¡el jabalí tiene la misma mirada que el duque!”. El jabalí, con sombría voz, declaró: “Es que yo no soy un jabalí”. “¡Oh!”. “¡Yo soy... ¡”. “¡Él es... !”. “Un duque hechizado”. “¡El duque Sigfrido!”. “No, el duque de Mantua”. “¿Y que haces aquí?”, preguntó sorprendida la princesa. “¡Me echaron de Rigoletto!”.

La última posibilidad había fracasado. Otra triste desazón más invadió a la princesa.

De pronto, de la espesura surgió el oso Libidinoso y exclamó: “¡Aguarden! ¡Al ver a Teresa recuperé la memoria! ¡Ahora entiendo la causa de mi vergonzoso desenfreno! ¡He sido víctima de un hechizo cruel! ¡Gracias, amor mío, por venir a salvarme! ¡Yo soy el duque Sigfrido!”.

Dicho esto, el oso arrancó una margarita, y viendo la alegría en el rostro de la princesa Teresa, se dirigió a su encuentro triunfalmente. El oso le ofreció la margarita a la princesa, pero en ese momento…


"Teresa y el Oso". Les Luthiers. (Continuará)

Capítulos anteriores:
Un Cuento Feliz (1)
Un cuento feliz (2)
Un cuento feliz (3)