martes, 27 de enero de 2009

Valse Espagnole

Traigo aquí este “Valse espagnole” porque me gustó mucho cuando lo oí en el concierto de año nuevo, del Barenboim. Igual fue porque me parece que no lo conocía. O porque disfruté de esa primera mañana del año recién nacido, una mañana tranquila e íntima, a pesar de que para el medio día teníamos invitados. O porque el sonido tan suave de castañuelas, el pizzicato, la sensualidad de las cuerdas, iban muy bien a mis sensaciones de ese día. O porque se llama “espagnole” y me alegró que, aunque fuera en francés, se nos evocara de una forma tan bonita… O porque pude ver el concierto entero, después de tantas veces de escucharlo a trozos mientras viajaba, o de medio entreverlo entre las conversaciones de desayunos familiares bastante concurridos.
El caso es que, cuando fui a otra cosa a la tienda donde suelo comprar música, no pude resistir la tentación de preguntar si ya tenían el concierto. Lo tenían y lo compré, claro.
Pues nada, como dicen que todos los santos tienen octava, dado que los Santos Reyes Magos son tres, podemos decir que tienen tri-octavas. O sea, que estamos en plazo para que yo aún pueda haceros un regalo de reyes:
“Valse espagnole”, de Joseph Hellmesberger II, interpretado por la Filarmónica de Viena dirigida por el grandísimo Daniel Barenboim…



lunes, 19 de enero de 2009

Musica en las calles

Una canción conjunta desde las calles de California, Louisiana, Holanda, Nuevo Méjico, Francia, Brasil, Rusia, Venezuela, Congo, Sudáfrica, España, Italia,




Stand by me


When the night has come
and the land is dark
and the moon is the only light we see
no I won´t be afraid
no I won´t be afraid
just as long as you stand, stand by me

And darling, darling stand by me
oh, now, now, stand by me
stand by me, stand by me

If the sky that we look upon
should tumble and fall
and the mountain should crumble to the sea
I won´t cry, I won´t cry
no I won´t shed a tear
just as long as you stand, stand by me

And darling, darling stand by me
oh, stand by me
stand by me, stand by me, stand by me

Whenever you´re in trouble won´t you stand by me
oh, now, now, stand by me
oh, stand by me, stand by me, stand by me

domingo, 18 de enero de 2009

Castigada



Me han castigado en la biblioteca pública a estar casi dos meses sin poder sacar libros. Una trayectoria sin tacha y me veo así, proscrita.

Mi falta es haber devuelto con retraso tres libros bastante gordos. No sé si, en caso de ser delgados, la sanción sería menor. Como los devolví espontáneamente, antes de que me conminaran para hacerlo, me han aplicado algún atenuante. Pero no han considerado el hecho cierto de que los textos eran un truñazo y que, además, estaban profusamente subrayados, con lo que se hizo muy difícil la lectura. Tampoco han querido saber nada sobre que tuviera que leerlos por obligación, con lo que es plausible que mi voluntad no estuviera perfectamente conformada. Vi tan inabordable al bibliotecario que ni siquiera alegué lo de la amnesia temporal, o lo de que no me fijé en que no los había devuelto porque quedaron semiocultos bajo otros libros que me regalaron en Navidad...


El viernes pasé por delante del edificio que alberga la biblioteca y crucé el antiguo atrio de arcos renacentistas, al que se abren ventanas por las que asoman cientos de libros. Me sentí como delante de un escaparate en el que se expusieran mercancías inalcanzables.

Dura lex, sed lex.

domingo, 11 de enero de 2009

Rebajas

Estaba yo con el cautivo en una tienda elegantilla del centro, por ver si le compraba algún harapo decente para llevarle a un próximo evento al que hay que asistir con los esclavos, cuando me encontré, de cuerpo presente, con el emperador-dor-dor, que estaba comprándose una túnica nueva.

Fue casi como una aparición espectral, fantasmagórica, que me dejó en suspenso, casi en la estupefacción, durante unas milésimas de segundo.

Buscando una determinada prenda, llegue hasta el último rincón del local, por lo que a mi izquierda sólo había una pared y al frente los expositores repletos de mercancías.

De pronto, tal como debió de aparecérseles la virgen de Fátima a los pastorcitos, así se me apareció a mí, entre camisas y jerseys, el emperador.

Le vi como en plano americano. Estaba rígido, embutido en un traje oscuro, mirando al frente con una expresión extraña, escrutadora y a la vez perdida en el vacío. Una luz cenital le iluminaba el rostro y acentuaba las sombras bajo los huesos del craneo. Salvo por lo bajito, era la viva imagen de Boris Karloff en el instante previo a que Frankenstein le infundiera vida.

Me quedé clavada, con una camisa en la mano, sin comprender muy bien qué es lo que pasaba, y por qué aparecía de improviso esa visión donde sólo debía haber estanterías.

Mi adiestrado cerebro de lógica implacable, casi silícica, halló pronto la explicación. Acababa de ver la imagen de un espejo, no al emperador en sí. De acuerdo, ahora sólo me faltaba saber cómo había aparecido el espejo.

Observé que la pared de la izquierda no llegaba hasta el final, sino que había un hueco de ocho o diez centímetros que comunicaba con el fondo de un probador situado al otro lado del tabique. Allí, justamente, debía de haber un espejo que no debería ser contemplado por nadie, excepto por el que se reflejaba, pero que, por un azar imprevisto, yo había llegado a vislumbrar. En efecto, fue el hecho de que yo tuviera que acercarme mucho y ponerme de puntillas para alcanzar una de las prendas lo que permitió que la imagen de lo que sucedía en ese sancta-sanctorum entrara en mi campo de visión.

Resuelto el misterio. El emperador se estaba probando un traje y yo le había sorprendido cuando se contemplaba escrutadoramente en el espejo.

Ahora la cuestión era si él me había visto a mí. Y ahí no pondría la mano en el fuego. Cuando más conmocionada estaba por la aparición, me pareció detectar que el espectro miraba de reojo hacia donde yo estaba. Y comprendí que, si yo había podido ver la imagen del emperador, el emperador también podría haber visto mi imagen, ya que la reflexión óptica es lo que tiene, que existe simetría.

Comprendí más: Si yo me había quedado de piedra cuando le vi aparecer entre las estanterías, ¡cómo se habría quedado él, cuando yo se le aparecí mientras que se dedicaba a la propia contemplación en un espacio tan íntimo!

Aunque bastante divertida por la situación, también me sentía algo cortada, consciente de haber invadido su privacidad, aunque fuera involuntariamente. Si es que, cuando una se deja gobernar por la ética pofesional, pasan estas cosas.

Así que opté por abandonar el local antes de que el emperador saliera del probador, ya que en ese momento no me apetecía nada un encuentro.

Quedaba la cuestión de si los harapos elegidos servían o no servían para el cautivo, pero ya se los probaría tranquilamente en su mazmorra -que el cautivo es muy suyo para esas cosas- y, si no le convenían, siempre cabía el recurso de la devolución.

Me dirigí a la caja y mientras esperaba a que nos atendiera la cajera, le expliqué al cautivo el motivo de nuestra salida apresurada, además de comentar algunas otras cosillas sobre la forma y color de los harapos y su posible utilidad.

Estaba ya preparando la tarjeta, cuando oí un alegre “feliz año nuevo” y sentí una palmadita en las espaldas. Me volví, con un respingo. El emperador, sonriente, se acercó para darme dos besos. “Aquí el cautivo, aquí el emperador”, dijo yo, educadamente. “José Miguel”, corrigió el emperador con simpatía. Y dirigiéndose a una mujer que llevaba un buen rato haciendo cola junto a nosotros, nos la presentó como su esposa.

Y ahí es donde yo noto que me falta malicia, la verdad. Durante la espera, había visto fugazmente a la señora, pero no presté atención a dos detalles importantes: El primero, que la señora me había mirado con bastante curiosidad y hasta como si me conociera y esperara algún gesto por mi parte. El segundo, que la señora llevaba en las manos un traje azul a rayas, clavadito a los que el emperador suele llevar corrientemente y al que yo había visto en el espejo, dato que no había pasado desapercibido a mi incosciente pero al que no presté mucha atención.

Resumiendo: Que la señora me conocía a mí y creía que yo la conocía a ella. Más aún, que la señora debía de haber escuchado todo lo que yo le decía al cautivo sobre cómo había sorprendido a su marido probándose un traje. Item más, que si el emperador no me vio por el espejo, ya se encargaría de contarle su mujer que yo sí le había visto a él.

Si es que, cuando se conjuga un verbo, hay que conjugarlo en todas las personas del tiempo verbal: Yo te sorprendo, tú me sorprendes, él nos sorprende, nosotros os sorprendemos, vosotros nos sorprendéis, ellos nos sorprenden.

No se qué hacer, si repasar la gramática o leerme ese libro de Goleman que todo el mundo recomienda sobre la inteligencia emocional.

miércoles, 7 de enero de 2009

Gaza





Música: The Armed Man - A mass for peace. Karl Jenkins.

domingo, 4 de enero de 2009

Electrus domésticus.

Uffff. He pasado toda la mañana pasando aspiradores. Primero empecé con uno pequeñito que no tiene cables. Pero luego me lancé con otro más grande y pasé a mayores.

Me viene fatal para la mucosa nasal, que conste, que se me queda como si la hubiera frotado con papel de lija. La única ventaja es que, mientras lo hago, dejo volar la imaginación.

Hoy, no. Hoy me puse en plan reflexivo, no sé por qué. Miraba mi aspirador y se me agolpaban los recuerdos… Me invadió la nostalgia. Este aspirador lo compramos para sustituir a otro que era de la misma marca y del que le valían todos los accesorios: toberas de distinta forma y tamaño, cepillos, prolongadores, tubo flexibles, bateador para alfombras, lustrador de suelo con cepillos intercambiables, y, lo mejor, un plumero retráctil cuya cabeza crece o decrece, sale o se repliega, en un movimiento un tanto peculiar.

El aspirador antiguo era de segunda mano y nos lo había dado una tía-abuela. Creo que alguien le dijo que en nuestra casa había mucho polvo y decidió regalárnoslo. Una cosa tan inocente, no veáis que terremotos familiares provocó.

Para empezar, una cuñada, a la que llamamos “la single”, se puso de uñas. Dijo que, si no le habían dado el aspirador a ella, es porque la familia tiene prejuicios contra los polvos de los singles (y lo dijo así, en plural, la muy grosera). Tanto se enfadó que hasta se negó a felicitar las Navidades a la tía-abuela, lo que provocó el segundo terremoto. El tercer terremoto fue cuando la single se dio cuenta de que, en lugar de decir “Jingle bells, jingle bells”, decíamos “single bells, single bells” al cantar el villacinco. Single bells, single bells, single all the way…

En los meses siguientes a la llegada del aspirador, los suelos de mi casa brillaban, las alfombras parecían recién salidas de una limpieza en seco, los libros no tenían ni mota de polvo… No había polvo por ningún sitio, la verdad, tan frenéticamente nos dedicamos a limpiar

¡Y qué orgullo, cuando vimos que ese modelo de aspirador había salido en una película, creo que en la de Misión Imposible! ¡Ahí es nada, ser los felices poseedores de un aspirador que compartía escena con el Tom Cruisse!

Pero, poco a poco, la cosa se fue enfriando. Todo aburre. Ya no le prodigábamos la atención de antaño. Un día la pofesional de limpieza que trabajaba entonces en mi casa me llamó al curro y me dio la noticia: El aspirador había hecho plof y echaba un humo negro que ni p'a qué. El pobre estaba kaput. En atención a los servicios prestados, lo llevé al Punto Limpio, para darle una segunda oportunidad y que se reconviertiera en botella, en balón, en anoraks… Yo reciclo.

El mundo siguió girando. El tiempo pasó. Nos compramos otro aspirador en el Mediamark. Eso sí, los accesorios del primero seguían por allí, en uno de los armarios del garaje. Cada vez que veía el plumero retráctil, me entraba un no sé qué. Incluso lo acoplé con cinta de embalar al tubo del nuevo aspirador y funcionó. Pero aquello ya no era lo mismo.

Hasta que el verano pasado una representante, llamada Mati, me llamó para ofrecerme un modelo super nuevo, que podríamos adquirir con mucho descuento por ser clientes registrados. Además, y eso era lo bueno, nos servirían los accesorios del anterior, que valían un pastón.

La tal Mati me caía simpática ya desde los tiempos en que me suministraba bolsas para el aspirador antiguo. Me dejé llevar por la alegría desbordante que la embarga cuando me ve, porque yo le caigo muy bien y además ambas tenemos raíces extremeñas. Le compré el aparatejo, aunque la cosa subía de los 600 euros, con descuentos y todo. Para ser sincera, no sé qué influyó más en mi decisión, si mi afecto por Mati o el plumero retráctil. Del garaje en el ángulo oscuro, de sus dueños tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo, hallábase el plumero. Me dio pena, sí.

Y todo eso es lo que hoy recordaba, mientras hacía la limpieza.¡Qué limpieza! No veáis cómo ha bateado mi aspiraror una alfombra que tengo en la zona de los sofases, y lo bien que ha sacado las pelusillas de los rincones la tobera triangular. ¡Vaya máquina!

Eso, sí, el plumero retráctil lo estoy usando menos. No sé por qué será, pero ya no es como antes. La última vez que limpié a fondo las librerías, preferí contratar a unos pofesionales, que estuvieron mañana y tarde dándole que te pego. Fue más frío, me dieron un sablazo que ni la Mati, pero una va perdiendo sensibilidad a golpe de desengaño.

En cuanto a Mati, la última vez que la vi fue unos días antes de Navidad.

Yo tenía una reunión a las doce, y pensaba prepararla en las horas previas. Pero, por esas felices casualidades que a veces suceden, surgió un imprevisto que me ocupó hasta las doce menos veinte. Renuncié al consabido café, salí a dar una vuelta y a ordenar un poco las ideas mientras caminaba, cuando héte aquí que me encontré a mi buena Mati.

Se puso muy contenta, como siempre que me ve. Estaba feliz, exultante, porque había conseguido un trabajo de asistenta social de personas dependientes. Y tenía que contármelo a mí. Además, se trata de una actividad solidaria a la par que lucrativa, porque, como ella dice, hay que ser hermano, pero no primo.

Con su habitual gracejo, utilizó los 1.200 segundos que estuvimos juntas para contarme con pelos y señales los problemas de su trabajo, y cómo supera con éxito pruebas dificilísimas. ¡Qué dedicación la suya! Se desvive por todos. No hay más que ver cómo se portó conmigo, que no me dejó ni abrir la boca.

Caminó rápidamente junto a mí, sin importarle el ritmo cada vez más acelerado que yo llevaba. Como ella misma dice, su naturaleza es tan fuerte que no se cansa ni pierde el resuello por nada. Me acompañó hasta el mismísimo portal en el que me había encontrado veinte minutos antes. Y allí la dejé, sonriente, aún con la palabra en los labios, cuando me despedí para llegar a mi reunión puntualmente, ni un minuto antes, ni un minuto después.

La primera media hora del cónclave me mantuve como flotando en un limbo difuso, ajena a las preocupaciones y exigencias del mundanal ruido, tanta paz me había infundido la apasionante charla de Mati. Hay que ver, ésta Mati. Lo que ella no consiga… La segunda media hora fue peor, se ve que ya se me había pasado el efecto embriagador, y estuve todo el rato buscando indicios de lo que se había tratado en la primera media hora. La lástima fue que, en mi afán de reconstruir lo hablado con anterioridad, tampoco me enteré de lo que se estaba tratando entonces. Pero eso es culpa mía y de mi C.I., que no es demasiado elevado y no me da para hacer dos cosas al mismo tiempo. ¡Qué le vamos a hacer!

En fin, que, como os decía, tengo el salon limpísimo. Serán estas Fiestas, pero mientras limpiaba mi casita, tralaralarita, he sentido añoranza de aquella pofesional de la que hablaba al principio, la que sufrió en sus carnes el duro momento en que se quemó el aspirador antiguo. Luego han venido otras y otros, pero no sé si es porque aquello nos unió mucho o por qué. Sea por lo que sea, como ella, ninguna. Y he decidido llamarla, a ver si está dispuesta a volver a dedicarnos algunas horitas semanales. Siempre le fascinó el plumero retráctil, ora desplegado, ora contraído. A lo mejor, eso la decide.