jueves, 29 de noviembre de 2007

MILADY


Llegados a la orilla del agua, el verdugo se acercó a Milady y le ató los pies y las manos.

Entonces ella rompió el silencio para exclamar:

-Sois unos cobardes, sois unos miserables asesinos, os hacen falta diez para degollar a una mujer; tened cuidado, si no soy socorrida, seré vengada.

-Vois no sois una mujer - dijo fríamente Athos-, no pertenecéis a la especie humana, sois un demonio escapado del infierno y vamos a devolveros a él.

-¡Ay, señores virtuosos! - dijo Milady-. Tened cuidado, aquel que toque un pelo de mi cabeza es a su vez un asesino.

-El verdugo puede matar sin ser por ello un asesino, señora - dijo el hombre de la capa roja golpeando sobre su larga espada ; él es el último juez, eso es todo: Nachrichter, como dicen nuestros vecinos alemanes.

Y cuando la ataba diciendo estas palabras, Milady lanzó dos o tres gritos salvajes que causaron un efecto sombrío y extraño volando en la noche y perdiéndose en las profundidades del bosque.

-Pero si soy culpable, si he cometido los crímenes de los que me acusáis - aullaba Milady-, llevadme ante un tribunal; no sois jueces, no lo sois para condenarme
.

viernes, 23 de noviembre de 2007

LETRA Y MÚSICA

LETRA: Pues a petición de Sagutxo yo pensaba escanear una página de mi libreta de batalla, porque quiere conocer mi letra, sobre la que tiene una pre-idea o algo así. Qué pensará deducir la Sagutxo de la elevación de los trazos de mis “eles” y de la longitud de las jambas de mis “jotas”, es algo que ella conoce y yo no. Y cuál puede ser su pre-idea es algo que me intriga y me divierte y me inquieta a partes casi iguales.


Para mí esto de la grafología es algo parecido a aquel cuento de Les Luthiers, “TERESA Y EL OSO”, donde el narrador decía: “Los bajos instintos de la princesa se hicieron oír”, y sonaba un solo de saxo y contrabajo, que más bajo no se podía caer. En otros momentos aparecía otro personaje, “EL PAJARILLO AMARILLO”, y sonaban flautas, que levitabas de puro gozo espiritual. En todo caso, Sagutxito, yo quiero salir guapa, porque, si no, no vale.

Pero como está un poco ajada y chuchurría (mi agenda, no mi catadura moral), rallando lo casposo y mugriento, me ha dado un poco de apuro y he decidido no escanearla sin que vaya por delante una pequeña justificación. Y esa explicación es la que entra en el siguiente apartado de:

MÚSICA: La agenda está así por culpa de la música. No del cha-cha-chá, como decía aquella canción de “Gabinete Caligari”, sino nada más y nada menos, que de nuestro admirado J.S. Bach. Más en concreto, a su famosa “Pasión según San Mateo”.

Era un día frío, como tantos de Cordura. El concierto era en una de iglesia (barroca, en este caso) con pinturas alegóricas de ésas en las que el espíritu se eleva y se expande y flota entre tanta maravilla, pero donde la carne (flaca, al fin, y más bien dada al pecado y a la molicie que a la continencia) se encoge por efecto de la temperatura (harto a menudo más adecuada para conservar vinos o mojamas que para congregar fieles). Así que yo iba bien abrigadita, en un estilo que tanto podía recordar al “Doctor Zhivago” como a “Bailando con lobos”, que todo quisqui iba envuelto en su piel de búfalo. Quiero decir que llevaba un abrigo de piel vuelta (sintética, sintética, no nos abalancemos buscando in-consecuencias con mi declarada vocación ecologista), de un suave color de alce joven (para entendernos, del color beig de toda la vida), muy favorecedor.

Bueno, pues el asunto es que a mí me dio por llevar una botellita de agua para refrescar el gaznate, porque estaba un poco acatarrada y tenía las tragaderas como papel de lija. Y transidita por la emoción mientras oía el “Jesus bleibe meine Fraude”, empecé a notar cierto frío de ultratumba, que me hizo iniciar una maniobra de acercamiento hacia mi acompañante habitual, hábilmente esquivada con cierta mirada de reconvención por lo inadecuado de la situación y el lugar.

Más tarde, una sospechosa humedad en el costado y en la base de sustentación (que llamaré, por mantener el nivelazo cultureta de este post, el lugar donde la espalda pierde su dulce nombre), y un goteo que casi hacía glup-glup desde el banco hacia el suelo, me hizo evidente lo irremediable.

Mientras el esforzado coro fraseaba “Jesus bleibe meine Fraude/ meines Herzens Trost und Saft/ Jesus wehret allem Leide/ er is meines lebens Kraft/ meiner Augen Lust und sonne/ meiner Seele Schazt und Wonne/ darum lass ich Jesum nicht aus dem Herzen und Gexhicht”, y el órgano obligato contestaba con su melodía repetitiva, yo indagaba las dimensiones del desastre.

No sólo tenía el lateral de abrigo completamente mojado (y la parte posterior, por seguir con mi proverbial finura), sino que tenía el bolso inundado. El coro seguía trascendiendo de lo humano, y yo limpiaba con unos clines el móvil, la cartera, el mp3, el llavero, la agenda, y todas esas pequeñas menudencias que suelen llevarse en el bolso y que aquí no vamos a desglosar, más que nada por no desmitificar.

Se salvaron algunas cosas (p.e., la cartera apenas sufrió daños), pero otras quedaron fanés de por vida. El mp3, por ejemplo (menos mal que no era “de marca”), quedó p’a l’arrastre. Y mi agendita todo-terreno, también. Y el bolso, también hecho unos zorros.

Luego hubo que salir de allí, con la marca oscura en el costado y en toda la culera, que ponte tú a explicar que se te ha vertido una botella, con esa mancha sospechosa que parece indicar bien a las claras que sufres de incontinencia urinaria. Lo hice lo más rápido que pude e ignoré los avisos y chisteos que me hacían unos conocidos desde un pasillo lateral para que les acompañara a tomar una cerveza. Antes sorda, que meona.

De aquella debacle salvé dos cosas: La agenda arrugada, pero que no me apetecía tirar, y que yo uso como libreta, sin ajustarme a la fecha que marcan las páginas. Y el bolso, que al secarse quedó con la marca de hasta donde llegó el nivel de las aguas. Los uso, ambos, todavía, ya que a menudo hago mío lo único que me parece sensato de toda esa insensatez contagiosa que son las bodas anglosajonas: algo viejo, algo nuevo y algo azul. Y no me importa llevar algo viejo, si me gusta.

En el abrigo, no quedó mancha. Es lo bueno que tienen las cosas sintéticas: que sufren menos.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Peluquerías I

Yo soy poco de peluquerías. En general, me conformo con lavar el pelo en la ducha de la mañana y aplicar un poco de secador. Pero, claro, antes o después hay que ir a la peluquería (“…¿quién me lo cortará, carabi uri, carabi urá?). Y siempre lo hago con cierta sensación de adentrarme en un terreno peligroso…. Digamos, una aventura no exenta de pequeños riesgos que no cubre el seguro (y no sé por qué ahora me acuerdo de la risa que nos entraba a mis hermanos y a mí cuando oíamos cómo una vecina le contaba sus peripecias a mi tía, con exclamaciones trufadas de “quépopeya”, “códisea”).

El desasosiego suele estar justificado. Por mi propia experiencia o por lo que colijo de lo que veo a mi alrededor, hay riesgo en todas las fases principales del proceso: lavado, cortado y peinado. Y más aún en las subfases: moldeado, rizado, alisado, rasteado, tinte, mechas, decoloraciones… Pero yo hoy voy a centrarme en la Fase 1: EL LAVADO.

Los que más miedo me dan son los profesionales de la "fracción dura lex sed lex”, que te aprietan la nuca contra el filo del lavatorio como si te fueran a aplicar garrote vil y, mientras te meten un chorro de agua fría por toda la oreja, que notas el escalofrío en el tímpano y la humedad escurriéndote por el cuello y la espalda, te preguntan con toda naturalidad que si estás cómoda. Al lado de mi peluquería hay una tienda donde venden collarines, inmovilizadores de miembros (por favor, que me refiero a extremidades, no dejen volar la imaginación), sonotones y cosas así... Siempre lo he encontrado de lo más apropiado, una especie de justicia natural que hace bueno ese refrán de que, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, o algo por el estilo. Incluso he llegado a sospechar si no estarán conchabados los dos establecimientos. Pero, a lo que íbamos: Los especimenes más representativos de esta clase de peluquer@s yo diría que son mujeres de cualquier edad con ciertas dosis de desabrimiento natural o adquirido, y que, por alguna razón etológica aún no totalmente desentrañada, me odian.

Están también los de la “fracción ultra-higiénica”, que no son mala gente. Yo comprendo que la pediculosis abunda y que el sufrido profesional debe aguantar las ganas de rociarme con permetrina antes incluso de ponerme las manos encima. Pero todo tiene un límite. Hablamos del peluquer@ que te mira con cierta cara de asco y te aplica agua hirviendo así, a botepronto. Además de las quemaduras de segundo grado, lo peor es que luego estás varios meses con el pelo como una garrapiñada. Aquí no sabría decir con exactitud, pero creo que el percentil de ambos sexos es bastante similar. (Consejo: yo, para esas cosas, he descubierto que las lociones after-sun van muy bien, y más de una vez he logrado bajar las ampollas con ese simple remedio casero).

Luego están los de la “fracción FP1”. A ver si no se me entiende mal, que yo, la verdad, estoy totalmente a favor de la enseñanza profesional y que para nada soy elitista y que, como personas humanas que somos, creo que todos somos iguales. Y, además, que estoy segura de que los chavales lo hacen con buena intención. Son majos, eso ni dudarlo. Y muy relimpios. Te echan el champú y empiezan zaca-zaca, zaca-zaca, a lavarte el pelo. Pero no sé cómo se las arreglan, si es que van enrollando los mechones entre los dedos o que se confunden o qué. El caso es que te encuentras en grave riesgo de quedarte calva para los restos por mor de los tirones que te arrean. Cuando te preguntan “¿ponemos acondicionador?”, te dan ganas de decirles “sí, pero ponme también un poco de minoxidil, por si las moscas”. No es que sean insensibles a tus gestos de dolor y a las lágrimas que ruedan por tus mejillas, es que son muy jóvenes y les falta experiencia. Por eso les llamo la fracción FP1. Si queréis mi opinión, yo creo que en esta fracción abundan los del sexo masculino.

Comprenderéis que sea una desengañada de las peluquerías. Voy, porque no tengo más remedio, pero en plan escéptico.

Así que imaginad mi sorpresa cuando, hace unos días, me encontré divagando mientras me lavaban el pelo. “Qué raro –pensé en uno de los raros momentos en qué volví en mí- apenas lo estoy notando”. Y seguí a mi bola, porque yo tengo mucha vida interior y en cuanto se descuidan me enredo en mis reflexiones. Pero héte aquí que, de pronto, un bienestar casto y venturoso me fui invadiendo. “¿Qué pasa? –me pregunté. ¿De dónde procede este placer inusual?” Y presté atención al suave masaje en el cráneo ¡Ay, mi frontal, mi occipital, mis parietales y temporales! Si yo creía que sólo existían para contener la mollera (es que yo tengo mucha mollera, y menos mal que tengo los huesos que me la sujetan un poco, porque si no se me desaparraba a la menor, con lo antiestético que es eso), o para que te retumbaran las cosas cuando te duele la cabeza o te has extralimitado un poquillo en alguna celebración.

Para no romper el encanto, entreabrí un poquillo los ojos y a través de las pestañas miré desmayadamente, a ver si lograba ver la imagen de mi benefactor/a en alguno de los espejos. Y allí estaba ella, observando tranquilamente lo que pasaba en otro extremo del salón, mientras hacía su trabajo, ni joven ni vieja, ni guapa ni fea, ni alta ni baja; lo más destacable, una media melena rojiza bastante convencional. Pero, vamos, que yo pronto me concentré en lo mío, para no perderme ni un detalle. La guinda fue cuando sentí que tomaba delicadamente mis lóbulos (de las orejas, no los cerebrales, que todo hay que decirlo) y los masajeaba suavemente entre su índice y su pulgar… Uaaaaaaahhh… Para entonces dejé caer un poco más los párpados y creo que me abandonó toda sensación de gravidez…

Cuando todo terminó, me arropó amorosamente con una toalla suave y seca y me dirigió hacia uno de los sillones de trabajo, mientras presionaba delicadamente mi hombro izquierdo con la palma de su mano: “Pasa por aquí, cariño”, me dijo. Y yo, creo que medio en trance, me volví y le dije con un hilo de voz: “Ha sido fantástico. ¿Cómo te llamas?”. “Mariajosé” –respondió con una sonrisa. Y entonces lo supe, que había encontrado a “mi” peluquera.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Padres intrépidos



Para qué veáis lo que tienen que hacer los papis, si quieren salir de excursión.

El jabalí se engolosinó con el olor del pequeñín, ¡y les dio la tarde!. Llegó a estar muchísimo más cerca del niño, con su bocota enooorrmeee.

Es una foto del invierno pasado, y la hizo mi amiga A., Doctora (aunque no en Medicina), un fin de semana que anduvimos correteando por el Norte (por nuestro Norte, quiero decir, cincuenta o sesenta kilómetros más arriba de Cordura).

Lo de las caras garabateadas queda un poco feo, pero me da no sé qué ponerlos por aquí.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Una excursión


El sábado tocó madrugón para irnos a la zona portuguesa, al Vale do Côa, so pretexto de visitar un parque de arte paleolítico al aire libre. Así que a las siete y media de la mañana, noche cerrada aún, ya estábamos puntualmente en el lugar de encuentro, con nuestras ropas multicolores e inconfundibles, híbridas entre coronel tapioca y el fondo de armario más carnavalero (a medias entre lo ponible y el harapo, lo proto-histórico y lo fashion). Tampoco faltaban las botas de marcha y los bastones. Éramos muchos y fuimos en un autobús alquilado al efecto.

A pesar de que el invierno aún está lejos, había una helada de cierto calibre, que tintaba de blanco los techos y parabrisas de los coches. Cuando digo “helada”, quiero decir “helada”, una capa de hielo de cierto grosor, de las que hay que quitar con rasqueta y agüita caliente. Nada que ver con lo que llaman "helada" en la zona cantábrica, que es una especie de rocío denso que sale en cuanto frotas un poco.

Encuentros, saludos, colocarnos cerca de los más afines, esperar a los que siempre se retrasan, comprobar que todo el mundo ha llegado... Al fin, partimos hacia el oeste. Y poco a poco fue amaneciendo.

Los viajes compartidos pueden ser mucho más gratos y divertidos que los que se hacen en “petit comité”, pero todo tiene sus inconvenientes. El principal, que, si hay críos, los papis suelen traer DVDs para entretenerlos. En este caso nos tocó una de las secuelas infumables del Rey León. Ya he hablado en algún otro sitio sobre los mensajes subliminales y reaccionarios de las películas de Walt Disney. Pero la de ayer, además de plasta, era de un sexismo descarnado y sin gracia (des-graciado, sin más).

Me esforcé en la resistencia pasiva. A la izquierda, al fondo, las moles de las sierras de Francia y de Gata enmarcaban los campos de la dehesa, así que me dediqué a contemplar el paisaje. (Luego, a la vuelta, mi resistencia pasiva fue contra Shreck y Fiona –algo más fumable que los leoncios-, y lo que estuve viendo a mi izquierda, en el horizonte medio, fue una parte de la constelación de la Osa Menor, lo que algunos extremeños llamamos “El Carro”, pero que en otros sitios se llama "el cazo" o "la sartén").

Fuimos bajando suavemente, desde los 800 metros de nuestro lugar de origen hasta 650-600, más o menos, cuando llegamos a la frontera. Pronto las pendientes fueron muchísimos mayores, a medida que íbamos descendiendo por entre sucesivos valles, hasta los ciento y pico metros de altitud.

Toda la zona es una maravilla. Mientras que vas y vienes, siempre estás viendo cinco o seis montecitos a tu izquierda (con sus correspondientes valles) y otros tantos a tu derecha. Muchos de ellos están absolutamente plantados de viñas (para el vino de Oporto), y el juego de valles y lomas forman una especie de oleaje gigantesco, de ondas de colores, que van desde el amarillo al morado, pasando por los verdes, los ocres y los rojos. En el mar de tonos, destaca el blanco de la la gran casona, la quinta, algo parecida al cortijo extremeño. Además de vides, hay olivos, naranjos y almendros.


Por definición, es una zona fronteriza. Unas veces ha sido española, otras portuguesa, según variaba la frontera. Todavía hoy se celebra una fiesta bastante solemne, a la que asisten representantes de los dos países, para conmemorar el establecimiento definitivo de “la muga” (la llaman así, igual que los vascos a la frontera hispano-francesa).


Por abreviar, que me estoy liando: Lo más interesante del Parque fue la bajada en los jeeps (en grupos de a ocho) por los caminos de cabras. Las pinturas, en sí, algo decepcionantes, porque te enseñan pocas: caballos, cabras (y “cabros”, como decía el guía portugués), uros… Llamativo el intento de dotar de movimiento algunas escenas. Por ejemplo, una serie de tres dibujos superpuestos representa “el salto” de un caballo sobre una yegua con una técnica muy similar a la que hoy, miles de años después, se utiliza en películas de animación: mantienen fijas algunas partes del mismo (en este caso, el torso y el pene erecto del caballo) y hacen una secuencia del movimiento de otras (en este caso, tres posiciones distintas para otras tres partes del cuerpo: la cabeza, las patas y la cola).

Buena comida en Figueira da Castelo Rodrigo: "cataplana", a base de pescado y mariscos, amén de más mariscos a la plancha o en cazuela, y unas morcillas aliñadas con comino y algo que me pareció anís -pero tal vez fuese salvia o cilantro o ajedrea o cualquiera de esas especias que conozco menos- servida con piña natural a la plancha, que estaba francamente bueno. Aún tuvimos tiempo de dar un paseo y tomar café en lo que queda de un pueblo encantado, Castelo Rodrigo:



y ver el atardecer desde uno de sus miradores.

Y luego, pues la vuelta a casita, como digo, a medias viendo Shrek, a medias (resistente pasiva) intentando ver las estrellas a través de cristal de la ventanilla.

(FOTOS: Provisionalmente, he puesto fotos de los portales de turismo de la zona. En cuanto me las pasen (yo, últimamente, voy sin cámara), colgaré algunas de las de nuestra escapada)

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Berenjenal

Ya me metí en este berenjenal. Creo que tenía ganas de escribir y al final me habéis picado. Ya diré algo, en cuanto lo piense un poco.

Gracias a los que me leáis.

Luc, Tupp & Cool