sábado, 8 de mayo de 2010

El Gatopardo, again!

Tu vídeo "Il gattopardo 1" se ha hecho popular en YouTube, y puedes solicitar la participación en el Programa para partners de YouTube, que permite obtener ingresos con las reproducciones de tu vídeo.”

Hace más de dos año subí un clip a youtube, para poder ilustrar una entrada en este blog sobre “Il Gattoppardo” de Visconti. Ha recibido más de 23.000 visitas (el video, no la entrada) y por eso ofrecen los del partners.

Si por publicar la obra de otro (en este caso, sólo los títulos de crédito) me ofrecen la pasta a mí, ¡apaga y vámonos!

En todo caso, ha sido una experiencia gratificante recibir bastantes mensajes por youtube o por e-mail sobre la peli en varios idiomas, todos con un elemento común: les encantaba esa película. Sólo siento la decepción de muchos al comprobar que se trataba de títulos de crédito y no había continuación.

Youtube maneja cifras astronómicas, ya lo sé. Pero me han sorprendido estos 23.000. Son de los míos.

domingo, 2 de mayo de 2010

Las Batuecas



Ayer fue un día de marcha. Una marcha de nueve kilómetros por Las Batuecas, desde el Monasterio hasta El Chorrito. Una senda estrecha a lo largo de dos arroyos, El Batuecas y El Chorro, por la que teníamos que ir en fila india, atentos a no tropezar entre las raíces o a resbalar en las piedras de las canchaleras. Hubo que cruzar los dos arroyos, de piedra en piedra, de salto en salto.

Alcornoques, encinas, pinos, robles, quejigos, alisios y jara florida. Y cabras montesas triscando por las peñas. Y pinturas rupestres en las cuevas. Y restos del mar que alguna vez cubrió las rocas en las cuarcitas.

Marcas del oleaje, ripples, sobre las rocas. Recuerdo del mar que alguna vez estuvo allí.


En el centro de la foto, hay una cabra.




En el centro de la foto, un grupo de cinco personas. .


Y el rumor del agua entre las piedras. Y al final, el salto, el chorro, la cascada precipitándose desde las alturas.

El trayecto nos resultó algo durillo. No porque fuera muy difícil, ya que está clasificado como “fácil”. Nosotros llevábamos cuatro niños entre los seis y los diez años que no tuvieron problemas, aunque eso sí, bien controladitos por los adultos, no sea que se nos despeñaran. Pero la senda es muy estrecha, se abre sobre una hondonada enorme y el camino es muy accidentado, andando entre la pedriza o subiendo por peldaños naturales que a mí me llegaban hacia la cintura. A pesar de los bastones, más de una vez nos agarrábamos a alguna rama o a algún peñasco, por si las moscas. Una de las veces, al trepar por una roca, con el impulso, la cámara que llevaba al cuello se estampó contra la piedra, que no sé ni cómo funciona aún.



Eso sí, el premio fue la cascada, maravillosa. Sobre todo cuando la mayor parte del grupo se fue a la plataforma superior y allí sólo quedamos unos pocos, camuflados entre los árboles y arbustos, y comimos tranquilamente, sin hacer mucho ruido para no perdernos el rumor del agua. Qué placer, el bocadillo de jamón (ibérico of course) y la cerveza aún fresquita a pesar del trayecto bajo el sol.

La bajada no fue tan dura como nos temíamos. Algún tropezón que me hizo mirar desconfiada el barranco profundo que se abría a mi derecha, pero nada más. Nos cruzamos con varios grupos que subían y nos saludamos con esa cortesía de las veredas, que todo el mundo se sonríe y cruza algunas palabras. No tanto tráfico como en Montfragüe, por ejemplo, porque esto es menos conocido y más dificultoso. Pero se notaba que era día de fiesta.

A la izquierda, tras la tapia del convento, un tilo centenario..

En los alrededores del monasterio, donde hay varios árboles singulares, restos de un jardín botánico que tenían hace más de un siglo los monjes, el camino está tapizado de enormes raíces. El agua circula más tranquila, aunque también hay pequeños saltos que levantan espumas. Por allí había más gente, muchas con críos pequeños, pasando la tarde.

Una vez, hace ya mucho tiempo, acampé en este lugar con un grupo de amigos. Era un invierno muy frío. El autobús nos llevó hasta La Alberca, que estaba cubierta por la nieve, y bajamos trabajosamente hacia el valle. Allí no nevaba, pero llovía. Nos recuerdo calados hasta los huesos, tomando casi al asalto un refugio que hay por allí y secándonos ante un fuego. Creo que no estaba permitido acampar, pero la Guardia Civil, que se acercó a echarnos una ojeada, hizo la vista gorda, dado el mal tiempo reinante.

Lo pasamos divinamente. Uno de los días, fuimos hasta un pueblo cercano, Las Mestas, que ya pertenece a Las Hurdes, a comprar víveres. En el camino, nos recogió alguien que iba en una furgonetilla. Resultó ser un cura que llevaba en el asiento de atrás la imagen de una virgen, casi de tamaño natural (no tanto, pero al menos medía 1,30 o así). Recuerdo la risa incontenible, cuando vi que uno de mis amigos más anticlericales tuvo que apoyar la cabeza de dulce sonrisa entre sus rodillas. Luego le dimos la lata muchísimo tiempo, asombrándonos de que no se hubiera convertido.

Y también me recuerdo lavándome a hurtadillas en el arroyo, en el agua helada, con miedo de que alguien apareciera de improviso. Y un momento a solas, en el refugio -no sé a dónde habían ido todos los demás- que sintonicé Radio2 en un pequeño transistor y una música maravillosa me acompañó durante un rato, no recuerdo qué era ni cuánto tiempo sonó. Lo que sí sé es que luego, cuando volvieron, alguno me preguntó que qué me había pasado, que estaba tan radiante.


Es curioso volver a sitios donde ya se ha estado. Son diferentes. Tampoco nosotros somos los mismos. Pero a veces, como en este caso, sigue permaneciendo lo más importante.