domingo, 4 de septiembre de 2011

El rayo verde




Cuando el cielo está excepcionalmente claro y sin nubes, en algunos momentos singulares, el rayo verde aparece tras el sol poniente segundos después de que la inmensa bola de fuego se funda en el mar.

Una de las novelas de Julio Verne se titula “El rayo verde”. En ella nos cuenta una hermosa leyenda de los hombres de las Tierras Altas sobre el poder misterioso e inexplicable de este rayo: El rayo confiere una virtud a los afortunados que logran verlo, y es la de hacer desaparecer los espejismos y mentiras que nublan los sentimientos, de manera que a partir de entonces ya no pueden equivocarse pues pueden ver claramente en su corazón y en el de los demás.

Cada vez que veo un atardecer en el mar busco el rayo verde. Nunca lo he visto. La última vez, hace unas semanas, jirones de nubes bajas refulgían como llamas. El sol fue desapareciendo poco a poco, como una yema que se hunde en el agua. Luego, las nubes también fueron apagándose y no hubo más.

Nunca lo he visto, pero no desespero. Dicen que es de un color verde maravilloso, inolvidable. Y que el fenómeno es extremadamente raro.

En cuanto a la leyenda, ¿me atrevería yo a ver en mí misma y en los demás con tanta clarividencia? ¿Y qué me encontraría?

En fín, que más de año después de mi última entrada, trescientos setenta y tantos días de vida en los que de todo ha habido, retomo este blog casi donde lo dejé: con un sol en el horizonte.

jueves, 26 de agosto de 2010

Amanecer



Hoy he ido a ver amanecer. Desde una zona elevada, contemplé la ciudad envuelta en la luz difusa de la aurora y al sol ascender entre las cúpulas, los andamios y las grúas. Más que la belleza de la escena, que también, lo que impresiona es la mecánica inexorable.




He visto muchas veces salir el sol, claro está. Al final del invierno o en otoño, no es raro encontrarse los arreboles cuando se va a trabajar por las mañanas. Otras veces, se cruza en tu camino cuando viajas en automóvil o en tren o simplemente cuando esperas en un aeropuerto. Lo he visto en barco, navegando por un río. Una vez lo vi justo al llegar a Abusimbel. En fin, que lo he visto muchas veces. Pero creo que es la primera vez que he ido a ver un amanecer.

Lo decidí ayer por la mañana, como si fuera la continuación de una broma privada entre el sol y yo. Es cosa de las últimas semanas: Me levanto y el cielo aún está oscuro. Y cuando vuelvo de la ducha, ya mariposea en las jambas de los balcones de mi cuarto. “¡Parece que jugáramos al pillo pillo! Pues mañana te pillaré yo!

Y lo pillé, eso sí. Fue un visto y no visto. Me hubiera gustado quedarme un poco más y pasear disfrutando la clara luz de esas horas de la mañana. Pero el trabajo esperaba y allá que fui, con los ojos un poco deslumbrados, todo hay que decirlo. Cuando llegué a mi despacho, los rayos ya entraban por el balcón y alcanzaban a la zona de trabajo, pero aún esperé un rato más sin correr las cortinas, porque al cerrar no sólo oculto el sol, sino también la vista de la preciosa plazuela con jardín y fuente de piedra que se ve desde allí.

La sensación de un leve deslumbre ha persistido todo el tiempo. Las huellas de nuestro encuentro en mi retina. Es mucho sol, el sol, aunque sea naciente.

jueves, 15 de julio de 2010

Como pompas de jabón



Le hice una seña desde lejos, pidiéndole permiso para hacer la foto, y ella asintió con la cabeza. “¿Es digital”, me preguntó con una voz parecida a la de niña que quizá aún sea. “Sí”. “¿Pues por qué no me mandas una foto? Mucha gente me hace fotos pero nadie me las manda”. “Sí, si me das tu correo”. Como por arte de magia, apareció entre sus manos un folio perfectamente doblado en dieciseisavos. Escribió una dirección de gmail en la parte superior, cortó cuidadosamente el trozo de papel donde había escrito y me lo entregó. “Mira, mi e-mail empieza por Argos, el nombre de mi perro. Ése es mi perro”, dijo, señalando el lugar donde dormitaban no uno, sino dos perros atados entre sí por un cordel. “¿Argos, como en la Odisea?”. “Sí. Argos”. No pude por menos de fijarme en el manojo de llaves que le colgaba del costado derecho, entre ellas las de un antiguo coche –las llaves de los coches ya no son así- o tal vez de una caravana.

Ahora, que voy a mandarle las fotos, veo su letra armoniosa, sencilla y elegante. Se nota un nivel de instrucción al menos de tipo medio. Su cuerpecillo delgado, su aspecto en general, indican que su vida no es regalada y que no está precisamente de vacaciones. Me pregunto por dónde andará. Quién sabe, vidita, por dónde andará, decía Yupanqui.

Es fácil pensar también en Machado, después de haberla visto a ella casi engullida por una de sus pompas de jabón. "... Todo en la memoria se perdía / como una pompa de jabón al viento".

Me alcanza una sombra de pesar, que alejo recurriendo de nuevo a nuestro poeta. Nunca sabemos nuestro camino antes de recorrerlo. Para qué llamar caminos a los surcos del azar.

Vade retro, paternalismo -maternalismo, más bien- bienintencionado. ¿A qué viene desear para esa desconocida una vida distinta? ¿Quién me dice a mí que en un entorno más convencional iba a ser más feliz o iba a estar más segura esa muchachita? Bien sé yo que el mundo ordenado en el que nos movemos es una pura apariencia.

Pero me quedo con un dato: Las llaves de su vehículo las controla ella. Confío en que controle también las claves de su vida caminante. Y que alguna vez, como aquel otro dueño de un perro llamado Argos, encuentre su casa. La suya, no la de otros ni la que otros prepararon para ella.

sábado, 8 de mayo de 2010

El Gatopardo, again!

Tu vídeo "Il gattopardo 1" se ha hecho popular en YouTube, y puedes solicitar la participación en el Programa para partners de YouTube, que permite obtener ingresos con las reproducciones de tu vídeo.”

Hace más de dos año subí un clip a youtube, para poder ilustrar una entrada en este blog sobre “Il Gattoppardo” de Visconti. Ha recibido más de 23.000 visitas (el video, no la entrada) y por eso ofrecen los del partners.

Si por publicar la obra de otro (en este caso, sólo los títulos de crédito) me ofrecen la pasta a mí, ¡apaga y vámonos!

En todo caso, ha sido una experiencia gratificante recibir bastantes mensajes por youtube o por e-mail sobre la peli en varios idiomas, todos con un elemento común: les encantaba esa película. Sólo siento la decepción de muchos al comprobar que se trataba de títulos de crédito y no había continuación.

Youtube maneja cifras astronómicas, ya lo sé. Pero me han sorprendido estos 23.000. Son de los míos.

domingo, 2 de mayo de 2010

Las Batuecas



Ayer fue un día de marcha. Una marcha de nueve kilómetros por Las Batuecas, desde el Monasterio hasta El Chorrito. Una senda estrecha a lo largo de dos arroyos, El Batuecas y El Chorro, por la que teníamos que ir en fila india, atentos a no tropezar entre las raíces o a resbalar en las piedras de las canchaleras. Hubo que cruzar los dos arroyos, de piedra en piedra, de salto en salto.

Alcornoques, encinas, pinos, robles, quejigos, alisios y jara florida. Y cabras montesas triscando por las peñas. Y pinturas rupestres en las cuevas. Y restos del mar que alguna vez cubrió las rocas en las cuarcitas.

Marcas del oleaje, ripples, sobre las rocas. Recuerdo del mar que alguna vez estuvo allí.


En el centro de la foto, hay una cabra.




En el centro de la foto, un grupo de cinco personas. .


Y el rumor del agua entre las piedras. Y al final, el salto, el chorro, la cascada precipitándose desde las alturas.

El trayecto nos resultó algo durillo. No porque fuera muy difícil, ya que está clasificado como “fácil”. Nosotros llevábamos cuatro niños entre los seis y los diez años que no tuvieron problemas, aunque eso sí, bien controladitos por los adultos, no sea que se nos despeñaran. Pero la senda es muy estrecha, se abre sobre una hondonada enorme y el camino es muy accidentado, andando entre la pedriza o subiendo por peldaños naturales que a mí me llegaban hacia la cintura. A pesar de los bastones, más de una vez nos agarrábamos a alguna rama o a algún peñasco, por si las moscas. Una de las veces, al trepar por una roca, con el impulso, la cámara que llevaba al cuello se estampó contra la piedra, que no sé ni cómo funciona aún.



Eso sí, el premio fue la cascada, maravillosa. Sobre todo cuando la mayor parte del grupo se fue a la plataforma superior y allí sólo quedamos unos pocos, camuflados entre los árboles y arbustos, y comimos tranquilamente, sin hacer mucho ruido para no perdernos el rumor del agua. Qué placer, el bocadillo de jamón (ibérico of course) y la cerveza aún fresquita a pesar del trayecto bajo el sol.

La bajada no fue tan dura como nos temíamos. Algún tropezón que me hizo mirar desconfiada el barranco profundo que se abría a mi derecha, pero nada más. Nos cruzamos con varios grupos que subían y nos saludamos con esa cortesía de las veredas, que todo el mundo se sonríe y cruza algunas palabras. No tanto tráfico como en Montfragüe, por ejemplo, porque esto es menos conocido y más dificultoso. Pero se notaba que era día de fiesta.

A la izquierda, tras la tapia del convento, un tilo centenario..

En los alrededores del monasterio, donde hay varios árboles singulares, restos de un jardín botánico que tenían hace más de un siglo los monjes, el camino está tapizado de enormes raíces. El agua circula más tranquila, aunque también hay pequeños saltos que levantan espumas. Por allí había más gente, muchas con críos pequeños, pasando la tarde.

Una vez, hace ya mucho tiempo, acampé en este lugar con un grupo de amigos. Era un invierno muy frío. El autobús nos llevó hasta La Alberca, que estaba cubierta por la nieve, y bajamos trabajosamente hacia el valle. Allí no nevaba, pero llovía. Nos recuerdo calados hasta los huesos, tomando casi al asalto un refugio que hay por allí y secándonos ante un fuego. Creo que no estaba permitido acampar, pero la Guardia Civil, que se acercó a echarnos una ojeada, hizo la vista gorda, dado el mal tiempo reinante.

Lo pasamos divinamente. Uno de los días, fuimos hasta un pueblo cercano, Las Mestas, que ya pertenece a Las Hurdes, a comprar víveres. En el camino, nos recogió alguien que iba en una furgonetilla. Resultó ser un cura que llevaba en el asiento de atrás la imagen de una virgen, casi de tamaño natural (no tanto, pero al menos medía 1,30 o así). Recuerdo la risa incontenible, cuando vi que uno de mis amigos más anticlericales tuvo que apoyar la cabeza de dulce sonrisa entre sus rodillas. Luego le dimos la lata muchísimo tiempo, asombrándonos de que no se hubiera convertido.

Y también me recuerdo lavándome a hurtadillas en el arroyo, en el agua helada, con miedo de que alguien apareciera de improviso. Y un momento a solas, en el refugio -no sé a dónde habían ido todos los demás- que sintonicé Radio2 en un pequeño transistor y una música maravillosa me acompañó durante un rato, no recuerdo qué era ni cuánto tiempo sonó. Lo que sí sé es que luego, cuando volvieron, alguno me preguntó que qué me había pasado, que estaba tan radiante.


Es curioso volver a sitios donde ya se ha estado. Son diferentes. Tampoco nosotros somos los mismos. Pero a veces, como en este caso, sigue permaneciendo lo más importante.

sábado, 17 de abril de 2010

Cuenca



Cuenca me gustó mucho. Hay algo desmedido, desorbitado, en esa ciudad empingorotada entre dos abismos, el del Huécar y el del Jucar, en ese urbanismo alegre y confiado que se ajusta al terreno de una manera casi temeraria.

Se hicieron cortos esos tres días, con sus dos noches. Lo mejor, las vistas desde la habitación del hotel, tan espectaculares. El Museo de Arte Contemporáneo, maravillosos el contenido y el continente (los Saura, Tapies, Torner, Feito, Millares, Chillida, Zobel y los otros, los ponía yo con gusto en las paredes de mi casa). El paseo hasta las casas colgantes y luego, atravesando el puente de San Pedro, hasta el Parador. Y el pantagruélico desayuno en el refectorio, que yo hasta tomé huevo frito.



Y la serranía. El Nacimiento del Río Cuervo, el agua precipitándose por las alturas después de un año de lluvias tan intenso. No me lo esperaba así, tan apoteósico.

Lo peor, coincidir con excursionistas gritones mientras paseábamos por la Ciudad Encantada.

martes, 13 de abril de 2010

Memoria histórica

¿Y teniendo esto para qué necesitan memoria histórica?






Catedral de Cuenca. Muro junto a la puerta del Palacio Episcopal, que también alberga el Museo Diocesano.

Sería interesante hacer un censo de cuánta "memoria histórica" se guarda en los lugares más céntricos y visibles de pueblos y ciudades, muchas veces en los lugares de culto, en monumentos histórico-artísticos que consideramos erróneamente "patrimonio común", aunque en realidad sean patrimonio privativo de una institución, la Iglesia, que la utiliza para preservar la memoria de lo que ella considera más memorable.

Que digo yo que, si dicha Institución no tiene la sensibilidad suficiente para convivir en una España plural, y sigue obstinándose en hacer ostentación de su toma de partido hacia uno de los bandos, algo habrá que hacer...

Desde las comisiones técnico-artísticas (porque mira que es horrorosa esa inscripción, tan alta como el edificio de al lado), hasta aplicarle las Ordenanzas Municipales sobre ocupación del subsuelo, suelo y vuelo de la vía pública, que permite regular el tamaño de los carteles publicitarios, la ubicación de los mismos, la armonización de estos con el entorno urbanístico, etc.. Y, si no, la OCU, por publicidad abusiva e indebida.