sábado, 17 de abril de 2010

Cuenca



Cuenca me gustó mucho. Hay algo desmedido, desorbitado, en esa ciudad empingorotada entre dos abismos, el del Huécar y el del Jucar, en ese urbanismo alegre y confiado que se ajusta al terreno de una manera casi temeraria.

Se hicieron cortos esos tres días, con sus dos noches. Lo mejor, las vistas desde la habitación del hotel, tan espectaculares. El Museo de Arte Contemporáneo, maravillosos el contenido y el continente (los Saura, Tapies, Torner, Feito, Millares, Chillida, Zobel y los otros, los ponía yo con gusto en las paredes de mi casa). El paseo hasta las casas colgantes y luego, atravesando el puente de San Pedro, hasta el Parador. Y el pantagruélico desayuno en el refectorio, que yo hasta tomé huevo frito.



Y la serranía. El Nacimiento del Río Cuervo, el agua precipitándose por las alturas después de un año de lluvias tan intenso. No me lo esperaba así, tan apoteósico.

Lo peor, coincidir con excursionistas gritones mientras paseábamos por la Ciudad Encantada.

2 comentarios:

Suntzu dijo...

Pues sí que es una pena lo de los turistas gritones, porue aquello requiere disfrutarlo en silencio. Yo fui un par de veces cuando era peuqña y me gustó muchísimo.

Anda que no hace tiempo que no me como un huevo frito en le desayuno. ¡Ay, qué rico!

Luc, Tupp and Cool dijo...

Lo del huevo, tampoco yo. Pero éste estaba como diciendo "¡Cómeme!"