El Stabat Mater es un tema que yo no puedo cantar sin que se me pongan los vellos de punta. La letra es un himmo medieval, sobre el que muchos compositores han escrito obras bellísimas. A mí la que más me emociona es la de Kodaly.
Stabat Mater dolorosa/ Iuxta crucem lacrimosa,/Dum pendebat filius./ Cuius animam gementem / Contristantem et dolentem /Pertransivit gladius…
Al oír la letra, aunque esté en latín, ya te haces una idea de por dónde van los tiros. En internet hay muchas traducciones al castellano. Pero yo quise traducir por mí misma la primera estrofa, con ayuda de un diccionario. “Estaba la madre dolorosa, lacrimosa junto a la cruz de la que pendía su hijo. Cuya alma gimiente, triste y doliente, fue atravesada por la espada…”
Cuando comprendí la letra, me encontré yo misma con los ojos anegados en lágrimas.
Lloré todo lo que no había llorado de chica, cuando en el colegio nos ponían audiovisuales bastante morbosos para incitar la pena y la piedad por el sufrimiento de Jesús en la Pasión. Una vez, nos pusieron a todo volumen un “Sermón de las Siete palabras” bastante sádico. Muchas niñas lloraban, asustadas por los llantos y los gemidos, el ruido de los martillazos al clavar las manos y los pies en el madero, y la voz fantasmagórica del crucificado. Otras, fingían hacerlo, humedeciéndose los ojos y las mejillas con saliva, para simular un rastro de lágrimas, y contrayendo el rostro como si estuviera convulsionado por sollozos. La única niña que permanecía impasible era yo, los ojos secos y el gesto cada vez más adusto, enfadada porque se esperara de mí un dolor de corazón que de ninguna manera sentía.
Los años no me han hecho más piadosa, sino todo lo contrario. Ni más “llorosa”. En ese aspecto, por decirlo con cierta distancia, me muevo en terreno de secano, que roza lo desértico.
¿A qué vinieron esas lágrimas, de fluir manso aunque incontenible? ¿Por qué esa pena? Quizá porque la música y la letra expresaban muy bien la profunda desolación que debió sentir esa mujer de hace dos mil años, al ver el cuerpo exánime de su hijo, que hasta entonces estaba lleno de vida y de juventud. Un cuerpo que había sido roto de forma violenta, matado, destruido. Lloré por ella y por tantas y tantas mujeres que se han visto en una situación similar. Lloré también por mí, para conjurar el dolor y la angustia de verme alguna vez así.
La Dolorosa que a mi tanto me impacta no es una estatua vestida de negro riguroso, tallada por Salcillo, Juan de Juny, Gregorio Fernández o cualquiera de los excelentes escultores que ha dado la imaginería religiosa española. Es una mujer real, que grita desgarrada en el funeral de sus hijos. La imagen ganó el Premio World Press hace unos años.
jueves, 9 de abril de 2009
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2 comentarios:
Este texto es tan íntimo que ni siquiera sé qué decir...
El dolor de una madre por un hijo es siempre mayor que el que puede imaginar.
Me encantó.Buscaré la música.
Un abrazo
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