La black-and-decker ha echado humo durante todo el fin de semana, haciendo taladros. Retrasamos la comida de hoy, hasta las cuatro de la tarde, para terminarlo todo. Tengo agujetas, me duelen los riñones, me he arañado en una mano, pero… misión cumplida: en total, ocho cuadros nuevos en las paredes de la casa.
Por fin, el aguafuerte que me regalaron las Navidades pasadas, cuelga de mi habitación. Se llama “Ensueño” y es de Paula Cox… En la foto se ve pequeño, compacto, y pierde delicadeza. Pero mide 75,5 X 57, más cuatro o cinco centímetros de
passpartout blanco, y las líneas curvas de la figura y las plantas le dan mucha ligereza.
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A pesar de que corre el riesgo de deteriorarse con la luz excesiva, lo he puesto junto a una de las ventanas. No pude resistirme al juego de sugerencias entre los dos balcones. Tal vez la mirada prestada de la mujer del cuadro me lleve alguna vez hasta ese espacio cálido en el que parece flotar ella, que imagino lleno de aromas y de sonidos…
También he colocado cerca de la cama una serigrafía algo menor, un campo amarillento bajo un cielo gris y rosa, como uno de esos paisajes palentinos interminables.
Y así hemos seguido con el resto de la casa: Una aguatinta de suaves colores, que representa un paisaje urbano, en el salón. Un aguafuerte de motivos abstractos, en la entrada. Una acuarela con barcazas y grúas, en la escalera. Una litografía con un jarrón de flores vagamente impresionista, en el rellano...
Poco a poco, tacita a tacita, he ido consiguiendo una pequeña colección de obra gráfica “original”, si es que puede llamarse original a litografías, serigrafías, grabados, aguatintas de edición “más o menos” limitada. Es una colección pequeñita, sin muchas pretensiones, a la que se suman dos o tres óleos adquiridos o regalados por amigos pintores y algunas acuarelas heredadas, de ambiente marítimo y portuario que, más que nada, tienen un valor sentimental.
No acababa de encontrarle sitio en casa, en parte porque casi no tengo paredes (los ventanales y las librerías se lo comen todo), en parte porque ya tenía colgadas algunas reproducciones que habría que retirar y que, para más inri, habían dejado la marca correspondiente en la pared. Pero las obras están para que se vean, no para tenerlas guardadas en un cilindro de cartón o tras una puerta. Y como este verano se pintó la casa, pues no había escapatoria.
Lo más difícil ha sido colocar una litografía titulada “Porcelana del Caribe”, de una artista colombiana llamada Ana Mercedes Hoyos. Es un bodegón de colores planos y restallantes: El rojo y verde de una sandía, de negras pepitas, flanqueado por frutas tropicales, en un recipiente gris antracita, bajo un entoldado rojo y naranja, sobre la arena caliente y con el mar al fondo.
Lo hemos colocado en un lugar muy visible del salón. Está cerca de un espejo de marco levemente dorado. Le sienta como a un cristo dos pistolas, pero no me importa. Una casa, como un rostro, está hecha de los contrastes que el tiempo, las necesidades y las posibilidades económicas han ido marcando, y una no puede pretender que todo cuadre en el falso equilibrio de las revistas de papel couché... Una casa es un sitio para vivir, no un escaparate.
El resultado final me gusta, a pesar de que en el enmarcado ha habido algunos desaciertos y de que no ha sido fácil combinar las obras más convencionales (las heredadas) con las más modernas. Pero, a lo hecho, pecho. Quien no se atreve, no se hace a la mar.
Eso sí, doy por cerrado el capítulo de nuevas adquisiciones. Ahora, si alguien quiere regalarme algo, lo tiene un poquillo difícil… A ver: no quiero libros, no quiero discos, no quiero cuadros, no me gustan las joyas ni las bisuterías, no me gustan las pieles, hay perfumes que nunca me pondría y no tengo sitio para un rols royce en mi garaje…
¡Si cuando dicen que soy una mujer difícil…!