jueves, 31 de enero de 2008

Un meme


A Ricardo:
Sólo por que tú me lo has pedido. Que conste en acta




1-. Coge el libro que tengas más cerca, ve a la página 18 y escribe la línea 4.:
niño, tú me has curado. ¡Diantres, ésa es la razón

2-. ¿Si estiras tu brazo derecho, qué tocas?
Una mesa.

3-. Qué ha sido lo último que has visto por la televisión?
No lo recuerdo. Quizá, una peli o un telediario.

4-. Sin mirar, ¿qué hora es?
18:20 (lo eran, cuando escribí esto)

5-. Ahora mira, ¿qué hora es?
18:22 (ha sido pura chorra, eso, y que estoy pendiente porque he quedado a las 19:00)
(Digo lo mismo. Cuando esto se publique, será más tarde).

6-. Quitando el ordenador, ¿qué escuchas?
Una voz muy querida.

7-. ¿Cuánto tiempo estuviste fuera el día que estuviste más tiempo en la calle?
Algo menos de 24 horas.

8-. Antes de estar escribiendo en el blog, ¿Qué estabas haciendo?
Leer la prensa.

9-. ¿Qué llevas puesto ahora mismo?
Camisa blanca y pantalón gris.

10-. ¿Soñaste ayer?
Sí. Lo recordé mientras me duchaba, pero ya lo he olvidado.

11-. ¿Cuánto tiempo te estuviste riendo la última vez que lo hiciste?
Me he reído hace un rato, de un chiste gráfico que me han enseñado. Y, antes, de otros que me han mandado por e-mail. Diez o quince minutos, a lo sumo. ¡Quiero más!

12-. ¿Qué hay en las paredes de la habitación donde estás?
Cuadros.

13-. ¿Has visto alguna cosa extraña últimamente?
Sí. Ayer. No tanto extraña, como chocante. Lo comentaré en el blog en cuanto tenga algo de tiempo.

14-. ¿Cuál es la última película que has visto?
“Deseo. Peligro”, de Ang Lee.

15-. Si fueses multimillonario de la noche al día, ¿Qué comprarías?
No pienso en qué compraría, sino en que haría: Viajes muy largos a muchos sitios que quiero conocer. Pasar más tiempo en Extremadura. Conocerla mejor, vivir allí a temporadas. Y también en otros lugares de España que me parecen maravillosos…

16-. Alguna cosa sobre tí...
Buuffff… Que me gusta cantar.

17-. Si pudieras hacer alguna cosa en el mundo, independientemente de tus tendencias políticas, ¿Qué harías?
En mi opinión, ese tipo de cosas no suele ser independiente de la política, sino del “politiqueo”. Hacer un reparto más justo de los recursos y de los bienes. Igualar derechos.

18-. ¿Te gusta bailar?
Sí.

19-. ¿Qué piensas de George Bush?
Que su mamá no debería haber faltado a clase el día que explicaron el tema de “Sexualidad en los mamíferos. Apareamiento. Fertilidad. Ciclos”.


20-. Imagina que, por reacción espontánea, tienes una niña. ¿Cómo la llamarías?
María. Pero la reacción espontánea no me mola, mejor seguir los pasitos que diseñó la naturaleza para estos casos.

21 - Imagina que, en vez de tener a una niña, tienes un niño. ¿Qué nombre le pondrías?
El que más me gusta, empieza por F. y tiene tres sílabas. Para el caso que se pregunta, le pondría un nombre español, corto, con vocales bonitas.

22-. ¿Te gustaría vivir en el extranjero?
Todo el tiempo, no.

23-. ¿Qué te gustaría que te dijese Dios cuando llegues al cielo?
No sé si yo llegaré algún día a un sitio así. Sólo me imagino qué me gustaría poder decir: Procuré hacerlo bien,

24-. Indica el nombre de 5 personas para hacer este MEME...
Más que eso, prefiero que ellas se lancen y lo hagan de motu proprio. Si leen éste, considérense invitados o invitadas. Me encantará leerlos.

domingo, 27 de enero de 2008

Il Gattopardo

El gatopardo, de Visconti, comienza, como Ciudadano Kane, mostrándonos una verja, un parque con estatuas y una gran casa, a la que nos aproximamos y, finalmente, entramos. En las dos se habla de un hombre poderoso, de tiempos de turbulencia y decadencia. Pero ahí termina todo el parecido.

Aquí no es de noche; el sol luce radiante en un cielo sin nubes. Tampoco se ha colgado el célebre “No Trespassing” con que comenzaba C.K, ni la cámara acecha entre los huecos de la alambrada, sino que circula libremente por el camino que lleva hasta la casa, mostrándonos las severas estatuas clásicas gastadas por el tiempo, los frutales cercanos, el bosque amable que se extiende hasta la mole inmensa de una gran montaña, y el curso de agua que se adivina a la izquierda por la presencia de árboles de ribera, más altos y esbeltos que el resto.

Al compás de la música de Nino Rota, vamos acercándonos hacia la casa, sin que nada obstaculice la contemplación de la misma ni de sus alrededores. Los balcones están abiertos. El aire agita los visillos, que se mecen como pañuelos blancos que saludaran al visitante.

La cámara llega hasta una de las terrazas del segundo piso y allí se demora un poco, para mostrarnos más tranquilamente la fachada. Un momento de contemplación aún, antes de atisbar entre el encaje de las cortinas, y podremos oír un murmullo de voces que rezan el rosario.

Me gustó muchísimo la manera con que Visconti describe el espacio natural, la topografia, el urbanismo, los interiores, la decoración, el mobiliario, el vestuario… Y que todo sea tan absolutamente verosímil, a base de material original ennoblecido por la pátina del tiempo.

Algunas de las escenas familiares de la casa de Palermo recuerdan a los cuadros de Fortuny, a pesar de que éste vivió unas décadas antes del tiempo en que se desarrolla la acción. El viaje a Donnafugata, la descripción de la hostería, el alojamiento nocturno, la comida al aire libre, el trabajo en los campos, están narrados de manera insuperable. La llegada al pueblo, la topografía y el urbanismo del mismo, el tedeum en la iglesia , el órgano que comienza tocando el "Amami, Alfredo", de Verdi (¡!), la gran casona de recreo, el baño del Príncipe, la cena con los pueblerinos... Y el maravilloso recorrido de dos jóvenes amantes por las estancias desiertas de una zona en desuso, mostrándonos espacios y mobiliarios aún más antiguos, en los que se persiguen, se esconden o se besan. De regreso a Palermo, una de las escenas más conocidas, el gran baile de gala en el palacio de unos aristócratas amigos, los tocadores de señoras y los excusados de los caballeros llenos de bacinillas sin vaciar...

Lo que menos me gustó: las escenas de asalto, con los tiras y aflojas entre garibaldinos y realistas, a pesar de la fotogenia de las cuadrillas revolucionarias, con sus uniformes rojo sangre, y de unos detalles muy estimables, como la participación del personal civil en la toma del pueblo.

La historia que cuenta, ya la conocéis: Las vicisitudes de un aristócrata y su familia en la época de la unificación italiana: el ejército garibaldino, la caída de los Borbones y la llegada de los de Saboya, la aparición de la burguesía enriquecida con los nuevos tiempos. El papel de la Iglesia. Los amores entre un joven oficial (el sobrino del patriarca) y la bella hija de uno de los burgueses, sin modales pero enormemente rico. Y, sobre todo, la vida y el punto de vista de un aristócrata inteligente, arrogante, sensual, tierno y lúcido, que es Fabrizzio di Salina. Como telón de fondo, las luces y sombras de una época convulsa, la oscuridad y la miseria tras el oropel, la corrupción bajo los fracs impolutos y los escotes deslumbrantes, el oportunismo político y económico, la manipulación del pueblo...


La actuación inmensa de Burt Lancaster, que ya merecería un tratado. Importante, este actor, que comenzó en su juventud posando para fotos eróticas de tinte gay, hizó películas de aventuras maravillosas, como "El temible burlón" o "El Halcón y la Flecha", y dio vida a personajes tan profundos como éste que comentamos, o "Confidencias", del mismo Visconti, u otras actuaciones, como el militar amante de Deborah Kerr en "De aquí a la eternidad" (con una de las escenas eróticas más impactantes de su época), o el predicador corrupto de "El fuego y la palabra", con Jean Simmon. La belleza de Claudia Cardinale y Alain Delón (los dos hermosísimos, afirmo, formando una de las parejas juveniles -a medio camino entre la adolescencia y lo adulto- más bellas que yo recuerdo haber visto en el cine), ella siempre tan medida, sensual, cálida y misteriosa; él sin los tics de “duro” que tanto cultivó en sus películas francesas (básicamente tres, fruncir el ceño, sujetar el cigarrillo mientras hablaba y andar rígidamente, cuando aquí tiene una mirada límpida, una sonrisa alegre y unos andares de muchacho que redimen al personaje de la carga oportunista que, indudablemente, tiene).

Os pongo un video de 3:40, con la escena de los títulos de crédito, que es cuando se acerca a la casa. La calidad es mala, porque lo he sacado de una copia que, a su vez, era mala. Pero os podéis hacer una idea de lo bien que describe el espacio este hombre.








En cuanto a lo del rosario… Lo del rosario lo dejo aquí. Pero ya amenazo con que habrá más, y no de la aurora, precisamente.

score for erotic choir ensemble - kamasutra temperada ma non troppo

(divertimento en re menor e non vero)

Partitura para conjunto erótico coral

Arreglos: Nacho Vidal
Interpretación: Coral Orgiástica de Monte-Venusio
Soprano:Michelle Sinclair (Belladonna)
Mezzosoprano:Susana Abril
Tenor: Nacho Vidal
Barítono: Rocco Siffredi


Photobucket

Nota bene: Los textos son míos; la partitura, no.

lunes, 21 de enero de 2008

enfermedad común

En estas fechas hay gente que tiene o ha tenido la gripe. Pues yo he tenido malhumor y aún estoy convaleciente.

Ya sabéis que estas cosas nunca se saben como empiezan. Parece que fue por esto, parece que fue con aquello, pero pasa como con los resfriados, que nunca puedes estar segura.

Yo creo que a mí el malhumor me entró al volver al curro. No por el trabajo en sí, sino por la nostalgia de las vacaciones. Se ve que me había aclimatado y el cambio de aires me sentó mal.

Probablemente, el malhumor empezó con el primer madrugón, aquel ya casi lejano martes, después de Reyes, en que me re-incorporé. Y allí me quedó, dentro, en estado larvario.

Quizá los primeros síntomas se enmascararon por la excitación del re-encuentro con los compañeros, las últimas novedades, las tareas pendientes, los planes futuros y hasta, por qué no decirlo, los buenos deseos con que todos abordamos el año…

Pero poco a poco el malhumor me fue creciendo de dentro a fuera: Tensión en las comisuras de los labios, ceño ligeramente fruncido, pinceladas ariscas en la mirada, impaciencias en el aire que respiras, asperezas en la voz… Los síntomas típicos.

Pensé que en dos o tres días lo superaría. Craso error (o “graso” error, como prefiráis). Ya sabéis que estás cosas duran una semana en cama, o siete días levantada.

Afortunadamente, ya lo voy superando, aunque aún me siento un poco débil.

sábado, 12 de enero de 2008

La lágrima fue dicha...

Fotografía © Francisco Segura


Seremos muchos los que hoy recordemos a alguien que nos dijo tanto, pero ninguna palabra sobra para nombrar a este gran poeta.

Tuve la suerte de compartir unas horas con Ángel González. Una conferencia y luego una cena, con café, copas y largo paseo nocturno por una ciudad que él fingió descubrir al ritmo de nuestra ilusión de novatos en la vida. Me pareció tierno, sencillo –casi tímido-, un poco triste, dentro de unas ropas convencionales, gastadas, utilitarias… Sólo tras sus ojos, inteligentes y calmos, podía adivinarse el mar inmenso de su poesía.

Este poema lo puse una vez en DXC, para consolar a una mujer triste. Como casi todos los suyos, hay un hallazgo enorme en cada de las palabras, diría que hasta de las sílabas, que lo componen.

La apostilla de doble sentido bajo el título – “la lágrima fue dicha…”- me parece uno de esos cantos rodados –pulidos a base de esfuerzo, de volver sobre ello una y otra vez hasta dejar sólo lo esencial- de los que está hecha la obra de A.G.


NADA ES LO MISMO
La lágrima fue dicha...

Olvidemos
el
llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a
las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su
entidad de
ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de
ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?

No es
bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber
vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:

Nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas
antes de que sea tarde.

(Ángel González)

esos oscuros deseos del objeto






UnaExcusa hablaba en su última o penúltima entrada de los libros. “Leo contra el tiempo y a veces no sé muy bien por qué”. Yo podría decir lo mismo.

Para mí es un “vicio”. Como todos, da placer (pe ele a ce e erre). Pero tiene sus costes, algunos inmediatos (el precio del libro, el tiempo que se dedica a la lectura, que siempre se roba a otras actividades), otros, aplazados (qué hacer con ellos, cómo ubicarlos, como conservarlos…)

Es un vicio que marca una vida. Elegí mi casa, entre otras cosas, para poder ubicar mis libros (que, voraces, como todos los vicios, son in-ubicables, por definición). Lucho contra el polvo (contra “ese” polvo) porque tengo libros… La decoración y el entorno se me imponen por los libros. Salgo del coche en “demi-coté”, porque la mitad del garaje se lo comen las cajas que aún están apiladas en una de las paredes, y que ya desespero de que un día se puedan colocar.

Pero, qué placer, a veces, levantar la mirada y encontrarse rodeada de estanterías acogedoras, repletas de lomos de suaves tonos color tierra, rojos de vendimia, hospitalarios verdes o “blancos rotos” –si no lo fueron, ya se rompieron, con el paso del tiempo-.

Insatisfecha, no obstante, tengo períodos en que busco placeres más fuertes que no puede proporcionarme el libro doméstico. Y entonces acudo el libro público, el libro que ha pasado de mano en mano, el libro usado, incluso, al libro “sucio”. Tras los estantes de las bibliotecas públicas, ojeo-hojeo (y muchas veces llevo a casa) el libro desconocido, olvidado, distinto, inaccesible…

¡Qué diferente es “tu” libro (claro, nítido, limpio, si acaso, con una breve anotación al margen, que no siempre comprendes si alguna vez vuelves a releerla, o dibuja una sonrisa cómplice al re-encontrarte con la adolescente que una vez fuiste) del libro "de todos", ajado, de lomo roñoso, cantos y bordes desgastados o doblados, y, tántas veces, abusivamente subrayado, hasta el punto de que impiden la lectura o sugieren "otra" lectura distinta a la originaria: la que el subrayador establece con sus marcas inmisericordes.

Tras manipular un libro de esos, siempre me lavo las manos, porque noto en las yemas y las palmas algo de su pátina mugrienta. En ocasiones, lo reconozco, he continuado la lectura con guantes de algodón (como los de los camareros), cuando las manchas y la roña exceden lo razonablemente tolerable por cuestiones de mínima higiene, pero así y todo, he seguido pacientemente, absorta, incluso, pasando página tras página, hasta terminar la lectura.

(Aclaremos, también, que la biblioteca pública está llena de libros en perfecto estado que son casi como los de tu casa pero con más experiencia de la vida, y algunos ni eso, porque están recién comprados).

No digo nada del deseo, de la tentación de las librerías, sobre todo de las que están levemente desordenadas y son aptas para el encuentro inesperado, para la sorpresa, donde hay de todo y te dejan curiosear un poco a tu aire…

Ni del olor a nuevo de los libros, el papel, la cola, las tintas, tan excitante como el olor resinoso de las virutas de un lápiz al que sacaras punta. Ni del sonido seco, armonioso, limpio, de las hojas cortando el aire cuando aletean por el movimiento de abanico al que las obliga la leve torca que crean el índice y el pulgar, sabiamente aplicadas sobre los bordes..,

El peso de los libros, el papel elegido, la encuadernación, el corte (nada de rapizados chapuzas, que luego los bordes arañan y cortan la delicada piel de los que usan el libro), el tamaño, la portada… todo influye para hacer del libro un objeto del deseo.

Y, para el final, dejo el placer de la lectura (o de la re-lectura, que también tiene su aquél): Vivir la aventura, el amor, el desamor, el frío, el terror, la pérdida, la muerte, el orgasmo, el asesinato, la ruina, la diversión, el interés, la intriga, la perdición, la sorpresa, el descubrimiento… O simplemente, conocer, entender, disfrutar…

Quiero decir, vivirlos literariamente, porque casi todas esas cosas, además, hay que vivirlas, si se puede, en la vida real. Y otras, de lo que se trata es de no vivirlas nunca.

domingo, 6 de enero de 2008

Para mí



Foto: sifasolcat. Fuente: http://www.flickr.com/photos/sifasolcat/


Una pluma, unos pendientes, un reloj, varios discos (lo adivinastéis, uno es de Piazzola), algún libro... Porque he sido buena, buena, buenísima...


viernes, 4 de enero de 2008

¡Vuélvase, si es posible!

La semana pasada, fuimos a un sitio remoto. Remoto, no por lo distante en el espacio, sino por lo incierto de su situación y lo enrevesado de los accesos. Si aciertas, en veinte minutos estás allí. Si tomas el desvío equivocado, es como ir al país del irás y no volverás.

Recuerdo que ya una vez nos perdimos en la niebla y no encontramos el lugar. Aún hoy, pienso si este pueblo no será un caso como el de Castroforte del Baralla, aquella ciudad que desaparecía del mapa cuando sus habitantes entraban en estado de arrobamiento colectivo.






Foto: _guu_. Fuente: http://www.flickr.com/photos/gustavo/


A pesar de lo anterior y a pesar de la niebla envolvente, preferí viajar con dos amigas que salían a última hora, antes que con los que lo hicieron al principio de la tarde. La experiencia de la conductora, y el moderno GPS que tiene instalado en su automóvil, me animaron a ello.

Me recogieron a las siete en el punto indicado, y, tras los saludos de rigor y los primeros cambios de impresión, nada reseñable tuvo el trayecto, hasta que llegamos a la carretera secundaria por la que habíamos de circular. Entonces, el navegador dio sus instrucciones, "girar a la izquierda", mientras que una señal vertical indicaba que había que seguir recto y luego doblar a la derecha. Sin ningún comentario, la conductora mantuvo la dirección original.

- “En la próxima posibilidad, gire a la izquierda”, nos avisó el navegador con voz femenina. Nosotras seguimos la trayectoria recta, sin modificarla un ápice.

- “Gire a la izquierda, y luego a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda”, insistió el GPS en el siguiente cruce. Nada dijo la conductora, que lo rebasó y continuó su camino, sin desviarse.

La calzada era cada vez más estrecha, destartalada, a menudo solapados en uno los dos carriles reglamentarios. De cuando en cuando, se veían restos de lo que en tiempos fue una línea continua, desdibujada hoy por el asfalto semidesmoronado y la gravilla suelta. La referencia más exacta era la fantasmagórica hilera de chopos paralela a la vía, que se yergue como mudo testigo del riachuelo que por allí discurre, y que pronto habríamos de atravesar.

Un pequeño damero de canales de riego, que atraviesa la vega, se hacía presente por las pasarelas metálicas que observábamos a uno y otro lado. Más que en un automóvil, parecia que fuéramos en una barcaza, subiendo de esclusa en esclusa por uno de los brumosos canales holandeses que van desde la costa al interior.

Ni una luz, ni una señal. Los faros iluminaban apenas ocho o diez metros y mostraban un espacio lechoso, circundado por profundas sombras. De cuando en cuando, otro coche salía de la oscuridad, para sepultarse en ella, de nuevo.

- “En la próxima posibilidad, gire a la izquierda” –dijo la voz. “Gire a la izquierda”. Y de nuevo enmudeció.

Tanto podríamos llevar diez minutos como una hora. Ya había perdido la noción del tiempo. Para mí, todos los viajes nocturnos tienen algo de onírico, y este transitar en la densidad espesa agitaba el eco de aquellos versos: “un vecchio, bianco per antico pelo, /gridando: ’Guai a voi anime prave! / Non isperate mai veder lo cielo…”.

.


- “¿Llevas las antiniebla?” – oí que preguntaba la copiloto. “¿Las de atrás también?”. No se dijo más, ocupadas, como estábamos, escrutando las cunetas en busca de alguna indicación.

En una curva, de improviso, surgió algo parecido a una figura humana. Redujimos aún más la velocidad, que no superaba los treinta kilómetros por hora. Era sólo un arbusto, quizá una zarza de ramas desgarbadas, semejantes a brazos que se agitaran pidiendo auxilio.

- “Vuélvase si es posible”. “Vuélvase si es posible”. – conminó el GPS.

La voz perentoria del aparato, que habíamos olvidado por completo, nos sobresaltó. Un inesperado volantazo, casi nos saca de la carretera. Durante unos segundos, los neumáticos rodaron sobre arena suelta y aguantamos la respiración, temerosas de caer a uno de los canales.

- ¡Que se calle esa demente, que no respondo! – gritó, muy irritada, la conductora. La copiloto se apresuró a quitar el volumen, aunque no lo desconectó.

Procuramos tranquilizarla con palabras de consuelo, y volvimos al silencio, temerosas aún por por el percance. Al rato, un sonido extraño, como el de un batir de elitros, fue imponiéndose al ruido de rodadura del vehículo. Un ric-ric rítmico y seco, como el de un coleóptero inmenso, que me inquietó profundamente, hasta que logré identificarlo como procedente del roce repetitivo del tejido plastificado de una prenda de abrigo. Presté más atención y observé la agitación de la copiloto, cuyos brazos y hombros temblaban visiblemente. Su respiración, algo entrecortada, me hizo temer que hubiera estallado en sollozos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! ¡Ahora esta tonta se ponía a llorar!

El temblor fue creciendo y creciendo, y los suspiros también. Y con ellos, la inquietud de la conductora, que la miraba de reojo, y la mía propia. Los suspiros se fueron transformando en hipidos. Los hipidos fueron cobrando protagonismo y se transformaron en risas, al principio sofocadas, pero luego incontenibles. “¡Que se calle esa demente! ¡Que se calle esa demente!” , decía entre carcajada y carcajada. Una risa contagiosa, que se apoderó de las tres, estalló a borbotones. Las lágrimas rodaban por las mejillas, los esfínteres se aflojaban. Pero nosotras reíamos y reíamos, cada vez que recordábamos el aviso del GPS y el cabreo de la conductora.

El vehículo empezó a zizaguear peligrosamente y de nuevo estuvimos a punto de irnos a la cuneta.

- ¡Ay, por favor, por favor! ¡Que yo no puedo conducir así! Si no os calláis, cogéis alguna el coche, que nos vamos a matar.

El susto enfrió los ánimos, y cada una se controló como mejor pudo. Durante unos minutos, allí no se oyó ni una mosca. Volvimos a escrutar la carretera, en busca de alguna señal, que no aparecía por ningún lado. Más tarde, los faros iluminaron el indicador: estábamos a menos de dos kilómetros del pueblo.

Giramos a la derecha por un camino desde el que se veía una antigua ermita del siglo XIV, según anunciaba un cartelón, y llegamos a una calle amplia, débilmente iluminada. Entonces, la conductora confesó:

- ¡La de la curva me pareció la muerta de la leyenda urbana! ¡Ésa que se sube a los coches, cuenta que allí murió ella, tal día como hoy, pide una oración por su alma y desaparece por arte de magia! ¡Que susto, la muy “joía”!

Y ahí sí que nos dio el ataque de risa, que ya ni intentamos contener. Para colmo, el GPS, que la copiloto había puesto a volumen normal según entrábamos en el pueblo, anunció con su voz alta y clara: “Usted ha llegado a su destino”. “Usted ha llegado a su destino”. Y tanto que habíamos llegado; pero no con tu ayuda, ¡so lista!

Bajamos del coche y, ante el asombro de los que habían salido a recibirnos, nos pusimos a reír y a reír. La copiloto se doblaba una y otra vez sobre sí misma, señalando a la conductora y diciendo algo ininteligible, que yo interpreté como “¡Que se calle esa demente! ¡Que se calle esa demente!” y “Soy la muerta de la curva, recen por mí”. Apoyada en una pared, cruzando las piernas para contener lo irremediable, gritaba: “¡Que me meo! ¡Que me meo!”. Y se meó.



Post scriptum:

Os dejo este tema, que me parece que ambienta muy bien la situación.